Te vas a morir, antes o después. La conciencia de la muerte es una de las características más identitarias del ser humano. No sólo sabés que puede pasar ante el peligro inminente, lo sabés en cualquier momento en que lo pensás. Es lo único que sabemos que es inevitable: nuestro fin.
Para muchos, cumplir años es sinónimo de estar un año más cerca de morir (más bien es tomar conciencia de ello, a lo sumo). Para otros, entre los que me incluyo, vale la pena el festejo porque implica que sobreviví un año más. Un año más la muerte me pasó por al lado sin tocarme.
Tendría unos quince años cuando alguien contó en una mesa que a un amigo suyo lo encañonaron, le robaron y, cuando ya había entregado todo, lo gatillaron. La bala no salió y los motochorros escaparon. Detengámonos un minuto. La bala no salió. Traten de intuir, activando la empatía, lo que pudieron ser las horas, los días siguientes de ese chico que en ese momento no tendría más de veinte.
La vida es asquerosamente frágil. Muchas zonas vitales están expuestas todo el tiempo. Decimos sin miedo, desafiantes, que mañana un loco toca un botón y desaparecemos todos, pero muy pocas veces medimos qué implica lo que estamos diciendo. Qué implica, por ejemplo, que de golpe y porrazo se caiga una maceta en la cabeza de un desgraciado, y le ponga los proyectos (y los cariños) en pausa eterna.
Una amiga, hace un tiempo, me preguntaba por qué soy tan cariñoso a la hora de saludar. La respuesta es sencilla, porque tengo miedo. Tengo terror de que sea la última vez que nos veamos y lo último que hayas recibido de mí haya sido un beso seco, al pasar, un "saludo general", un movimiento de mano a la distancia. Por eso también estoy contento de verte de nuevo.
Es un miedo de mierda, no te permite ni enojarte. Porque incluso ahora que estoy enojado odiaría que lo último que haya recibido de mí la persona con la que me enojé sea un visto en WhatsApp. Es fija que después de publicar esto le hable, que me trague el orgullo que nunca supe tener, a pesar de que me duela. Porque incluso aunque no me muera mañana, sabiendo que mi fin se acerca cada vez más (tal vez despacio, tal vez rápido) no puedo permitirme estar lejos de los que quiero. Porque nada nos salva de la muerte.
¿Qué nos salvará de la vida? Probablemente cosas como ésta:
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