Crónica de un velatorio
Mi papá (o mejor dicho, lo que queda de él) yace en la habitación contigua. Ojeo el reloj de mi celular nuevamente y reconfirmo que esto no va a terminar pronto. Pasaron apenas 5 horas, y se sintieron como 20. Un cóctel de sensaciones ya se llevó todo el apetito que pudiera tener, y me inunda cierto sentimiento de náuseas.
Es mi primer velatorio en 16 años. Francamente, era algo que podía esperar más. De más está decir que no es una experiencia agradable. Cabría agregar, quizás, que me resulta tortuoso. A tal punto de que se me hace imposible comprender cómo alguien termina dedicando su vida a tener una casa de velatorios: recibir cadáveres constantemente para maquillarlos, vestirlos y exponerlos para su “última despedida”. Tampoco puedo comprender cómo en un momento así me inundan este tipo de pensamientos, que en gran medida rozan el absurdo.
Es notable cómo se esfuerzan todos en contenerme, sin entender que están haciendo todo mal. No, no hay ninguna palabra que puedas decir que ayude. No me consuela la idea del cielo, yo quiero a mi papá. No pienso que sufre, no lo tenés que aclarar. Yo sé que fue un gran hombre, sino no hubiera llorado, ni estaría acá. Sí, ya sé que estás conmigo… la pregunta es para qué. Ninguna frase es válida, y las muestras de cariño forzosas son tan asquerosamente vacías... debe ser eso lo que me provocó las náuseas.
No puedo llorar más. Hace algunas horas se me terminó de secar el alma, y todavía no me hago a la idea de que no voy a volver a tener un consejo de mi viejo. Y sigue llegando gente. Y siguen entrando a la habitación en donde está el ataúd, como si él estuviera ahí. Mi padre no está ahí, y lo que dejó ahí no transmite más que soledad. Nada de su esencia quedó en esa cáscara.
Pero parece que, salvo yo, nadie se da cuenta. “¡No está ahí!” tengo ganas de gritar, pero me contengo. No puedo creer que haya gente que piense que un hombre con todo lo que vivió e hizo lo único que deja es un cuerpo estéril e inútil. O peor, que deja bienes materiales. Algunos chacales que se han hecho llamar mi familia en algún momento ya contactaron a sus abogados para ver si de la tragedia pueden sacar alguna tajada y otros para ver si los hijos del muerto no buscaremos la nuestra arrebatando la casa de los abuelos. En lo que a mí respecta, se la pueden meter en el orto. Otra cosa más que me provoca náuseas, pero al menos guardo la satisfacción interna de que no pienso verles más la cara.
Mi viejo dejó sueños, dejó esperanzas, dejó consejos. Dejó hijos que pudo criar a medias. Dejó por ellos lo que no tenía. Pero sobre todo me dejó tristeza…
Esta sea probablemente la entrada más larga del blog. Y me van a disculpar, pero es la única donde no va a interesarme la opinión de nadie. Bueno, sí de alguien, pero no va a poder manifestar su opinión de cualquier forma.
Hoy se cumplen 10 años de que mi papá haya abandonado este mundo. Falleció un mes y un día antes de mi cumpleaños número 10. Entre los pensamientos un poco absurdos que rondan a las escenas tristes siempre consideré todo un detalle que haya sido un mes y un día y no exactamente un mes. En resumidas cuentas ya llegué al punto en mi vida donde estuve más tiempo en este mundo sin mi viejo que con él. Es difícil tomar conciencia de eso.
Es difícil andar por ahí sin el consejo de tu viejo. Si, tengo 2 hermanos increíbles, hombres de buena leche que están para mí siempre y que por mí lo harían todo. Y yo por ellos. Muy de mierda sería mi vida si no los hubiera tenido. Y también tengo una mamá increíble, una mujer fuerte, de esas que parecen de piedra. Al menos eso me parece a mí viendo todo lo que se tuvo que bancar en su vida. Y eso me lleva a ser injusto con ella, reclamándole fortaleza todo el tiempo. Quizás sea porque tenga miedo de caerme si ella lo hace.
Me acuerdo que yo estaba plenamente convencido, en mi inocencia, de que se iba a curar. Había escuchado hablar de cáncer antes, pero no era consciente de qué tan grave era el caso de mi papá. Evidentemente mucho, porque tardó alrededor de un mes en acabar con un hombre que en ese momento parecía hecho de acero, como uno ve a su papá cuando es chico. Cuando me enteré del hecho estaba medio dormido, yo estaba muy tranquilo durmiendo la siesta en la casa de mi abuela y de golpe me despertaron y me llevaron a mi casa en bicicleta. De las mil millones de cosas que uno piensa en ese momento, tuve la torpeza de exteriorizar que quería irme con él, como para mejorar el ambiente.
En algún momento mi hermano mayor me dijo "Vos no te vas a tirar abajo de una cama a llorar". Tengo esa frase tatuada a fuego en la memoria, porque iba a ser lo que me moviera durante todos estos años, y probablemente también en el futuro. Tan simple como eso, con 10 años aprendí de qué se trataba eso de "seguir adelante". Me fui valiendo, entre otras cosas, del humor negro (como ya hablé en otra entrada). ¿Por qué? Mi papá era de esas personas que cuenta chistes todo el tiempo, que todo el tiempo hace el comentario ocurrente. Asumí entonces que así le gustaría que lo recuerde, con una sonrisa en la boca y no con lágrimas en los ojos. También por esa época empecé en las olimpíadas de matemática, que me llevarían 6 veces a Mar del Plata. Según mamá (porque yo no me acuerdo) le dije que me distraía pensar en números.
Hoy no me acuerdo cómo era su voz, su olor, su risa. El otro día encontré una foto vieja y me dio un escalofrío horrible, porque en la foto me parecía un desconocido. Diez años son mucho tiempo.
Y no, en momentos así no hay nada para decir. Lo aprendí temprano y de mala forma: las palabras sobran. También sobran las muestras de afecto forzadas y la lástima. Me acuerdo que venía gente a intentar contenerme que yo conocía muy poco, de alguna forma lo sentían un deber. Unos amigos vinieron al velatorio y me puse a jugar con ellos. Algún adulto amagó a retarme, pero por suerte a nadie le dieron los pantalones.
¿Qué es "superar"? ¿Es "no llorar más"? Cada tanto, entonces, no lo supero. ¿Es sobreponerse, seguir adelante? Entonces sí, porque es lo único que puedo afirmar con certeza que hice. ¿Es olvidar? Espero que no, porque entonces no quiero superarlo más. Ya olvidé demasiado.
Mi papá (o mejor dicho, lo que queda de él) yace en la habitación contigua. Ojeo el reloj de mi celular nuevamente y reconfirmo que esto no va a terminar pronto. Pasaron apenas 5 horas, y se sintieron como 20. Un cóctel de sensaciones ya se llevó todo el apetito que pudiera tener, y me inunda cierto sentimiento de náuseas.
Es mi primer velatorio en 16 años. Francamente, era algo que podía esperar más. De más está decir que no es una experiencia agradable. Cabría agregar, quizás, que me resulta tortuoso. A tal punto de que se me hace imposible comprender cómo alguien termina dedicando su vida a tener una casa de velatorios: recibir cadáveres constantemente para maquillarlos, vestirlos y exponerlos para su “última despedida”. Tampoco puedo comprender cómo en un momento así me inundan este tipo de pensamientos, que en gran medida rozan el absurdo.
Es notable cómo se esfuerzan todos en contenerme, sin entender que están haciendo todo mal. No, no hay ninguna palabra que puedas decir que ayude. No me consuela la idea del cielo, yo quiero a mi papá. No pienso que sufre, no lo tenés que aclarar. Yo sé que fue un gran hombre, sino no hubiera llorado, ni estaría acá. Sí, ya sé que estás conmigo… la pregunta es para qué. Ninguna frase es válida, y las muestras de cariño forzosas son tan asquerosamente vacías... debe ser eso lo que me provocó las náuseas.
No puedo llorar más. Hace algunas horas se me terminó de secar el alma, y todavía no me hago a la idea de que no voy a volver a tener un consejo de mi viejo. Y sigue llegando gente. Y siguen entrando a la habitación en donde está el ataúd, como si él estuviera ahí. Mi padre no está ahí, y lo que dejó ahí no transmite más que soledad. Nada de su esencia quedó en esa cáscara.
Pero parece que, salvo yo, nadie se da cuenta. “¡No está ahí!” tengo ganas de gritar, pero me contengo. No puedo creer que haya gente que piense que un hombre con todo lo que vivió e hizo lo único que deja es un cuerpo estéril e inútil. O peor, que deja bienes materiales. Algunos chacales que se han hecho llamar mi familia en algún momento ya contactaron a sus abogados para ver si de la tragedia pueden sacar alguna tajada y otros para ver si los hijos del muerto no buscaremos la nuestra arrebatando la casa de los abuelos. En lo que a mí respecta, se la pueden meter en el orto. Otra cosa más que me provoca náuseas, pero al menos guardo la satisfacción interna de que no pienso verles más la cara.
Mi viejo dejó sueños, dejó esperanzas, dejó consejos. Dejó hijos que pudo criar a medias. Dejó por ellos lo que no tenía. Pero sobre todo me dejó tristeza…
Sólo te pido un consejo más que por siempre deba recordar. Sólo te pido un enojo más para saber que camino tomar.
Hoy se cumplen 10 años de que mi papá haya abandonado este mundo. Falleció un mes y un día antes de mi cumpleaños número 10. Entre los pensamientos un poco absurdos que rondan a las escenas tristes siempre consideré todo un detalle que haya sido un mes y un día y no exactamente un mes. En resumidas cuentas ya llegué al punto en mi vida donde estuve más tiempo en este mundo sin mi viejo que con él. Es difícil tomar conciencia de eso.
Es difícil andar por ahí sin el consejo de tu viejo. Si, tengo 2 hermanos increíbles, hombres de buena leche que están para mí siempre y que por mí lo harían todo. Y yo por ellos. Muy de mierda sería mi vida si no los hubiera tenido. Y también tengo una mamá increíble, una mujer fuerte, de esas que parecen de piedra. Al menos eso me parece a mí viendo todo lo que se tuvo que bancar en su vida. Y eso me lleva a ser injusto con ella, reclamándole fortaleza todo el tiempo. Quizás sea porque tenga miedo de caerme si ella lo hace.
Me acuerdo que yo estaba plenamente convencido, en mi inocencia, de que se iba a curar. Había escuchado hablar de cáncer antes, pero no era consciente de qué tan grave era el caso de mi papá. Evidentemente mucho, porque tardó alrededor de un mes en acabar con un hombre que en ese momento parecía hecho de acero, como uno ve a su papá cuando es chico. Cuando me enteré del hecho estaba medio dormido, yo estaba muy tranquilo durmiendo la siesta en la casa de mi abuela y de golpe me despertaron y me llevaron a mi casa en bicicleta. De las mil millones de cosas que uno piensa en ese momento, tuve la torpeza de exteriorizar que quería irme con él, como para mejorar el ambiente.
En algún momento mi hermano mayor me dijo "Vos no te vas a tirar abajo de una cama a llorar". Tengo esa frase tatuada a fuego en la memoria, porque iba a ser lo que me moviera durante todos estos años, y probablemente también en el futuro. Tan simple como eso, con 10 años aprendí de qué se trataba eso de "seguir adelante". Me fui valiendo, entre otras cosas, del humor negro (como ya hablé en otra entrada). ¿Por qué? Mi papá era de esas personas que cuenta chistes todo el tiempo, que todo el tiempo hace el comentario ocurrente. Asumí entonces que así le gustaría que lo recuerde, con una sonrisa en la boca y no con lágrimas en los ojos. También por esa época empecé en las olimpíadas de matemática, que me llevarían 6 veces a Mar del Plata. Según mamá (porque yo no me acuerdo) le dije que me distraía pensar en números.
Hoy no me acuerdo cómo era su voz, su olor, su risa. El otro día encontré una foto vieja y me dio un escalofrío horrible, porque en la foto me parecía un desconocido. Diez años son mucho tiempo.
Y no, en momentos así no hay nada para decir. Lo aprendí temprano y de mala forma: las palabras sobran. También sobran las muestras de afecto forzadas y la lástima. Me acuerdo que venía gente a intentar contenerme que yo conocía muy poco, de alguna forma lo sentían un deber. Unos amigos vinieron al velatorio y me puse a jugar con ellos. Algún adulto amagó a retarme, pero por suerte a nadie le dieron los pantalones.
¿Qué es "superar"? ¿Es "no llorar más"? Cada tanto, entonces, no lo supero. ¿Es sobreponerse, seguir adelante? Entonces sí, porque es lo único que puedo afirmar con certeza que hice. ¿Es olvidar? Espero que no, porque entonces no quiero superarlo más. Ya olvidé demasiado.
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