lunes, 6 de junio de 2016

No podemos cambiarlos, mejor que no existan más

Originalmente titulado "Las mentes abiertas de América Latina"*

 Con unos cuantos debates encima cualquiera puede fácilmente llegar a una comprobación fáctica: todos creemos tener la razón. Puede demostrarse de una forma muy simple. Uno cree tener la razón y al momento de notar el error, la opinión cambia en el acto y se forma otra. El error propio está, entonces, siempre en el pasado y el acierto en el presente.

 La máxima aspiración está en aceptar de forma constante la posibilidad de estar incurriendo en una equivocación con todos y cada uno de nuestros razonamientos. Esta duda perpetua puede asociarse con “tener la mente abierta” y es algo de lo que muchos se jactan, principalmente los que esgrimen argumentos liberales o progresistas. Con unos cuantos debates encima cualquiera puede notar que no es más que una fantasía.

 “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”, dijo Voltaire alguna vez, uno de los mayores exponentes de la ilustración. Desde entonces, y tal vez desde siempre, quizás haya sido el único en pensar así (y quizás ni siquiera). La frase real versionada por los open-minded del momento diría más algo como “no estoy de acuerdo con lo que dices, así que voy a atribuirte todas las características más nefastas y a gritar hasta que te calles”.

 Será que levantar algunas banderas da legitimidad. Hablar de derechos humanos, feminismo y bienestar social por lo que parece da lugar a iniciar una cacería de brujas contra todo aquel que no coincida en absoluto con nuestro discurso. Mientras, los más tímidos se sumergen despacio en la espiral del silencio.

 Son realmente llamativos. Defienden la libertad de expresión diciendo “Je suis Charlie” y defendiendo a Revista Barcelona –lo cual está muy bien- pero después se burlan, insultan y hasta agreden a alguien por algo tan íntimo como sus creencias religiosas. “Los hombres creían ser hijos de Dios y el hombre que siente semejante filiación puede llegar a ser siervo, esclavo, pero jamás será un engranaje”, escribió Ernesto Sábato en La Resistencia. La máquina de la intolerancia funciona a plena potencia.

 Lector, no sea ingenuo. Usted puede haberse formado durante años y puede tener argumentos muy sólidos tras habérselos cuestionado repetidas veces. Sin embargo, no lo  intente. Hágame caso. Es un despropósito intentar debatir con personas que se creen los heraldos de la verdad y en realidad son cazabrujas modernos. Además, ellos tampoco pretenden debatir. He llegado a leer cosas como “es imposible discutir con alguien que no haya leído a (Eduardo) Galeano” entre otros requisitos que había que completar para discutir con otra persona. Permítame el resumen: es imposible discutir con quien no piense igual.

 Tal vez se cuestione: “¿las personas paradas en la esquina opuesta del pensamiento no son igual de cerrados?”. En muchos casos, la pregunta no merece respuesta porque se responde sola. Pero, al menos, tienen la decencia de no considerarse abiertas de mente ni hablar de libertad expresión ni derechos. Mantienen cierta coherencia. Incluso cuando uno no piensa igual, cabe destacárselos. Si me permiten valorarles algo, claro, antes de llevarme a la hoguera.


En esta pálida, pibe, los pulpos te aplastarán



*Escrito como parte de un trabajo para una materia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario