Tenemos malas costumbres. Sabemos ver lo efímero en lo lindo. Incluso nos angustiamos por eso. El último día de un viaje, un campamento, unas vacaciones ya lo vivimos nostálgicos porque se termina. Todo eso en vez de disfrutarlo. Todo lo que disfrutamos ya estamos viendo que se va a terminar, y sentimos que pronto. Que en cualquier momento, y de nuevo... poniéndonos mal de antemano. Y capaz no termina, al menos no esta vez, pero ya la pasamos mal igual.
Pero el dolor no. El dolor parece eterno. Físico, espiritual o psíquico, parece que no va a terminar más. Los segundos se estiran interminablemente mientras los sufrimos. La tormenta no pasa. Es más, parece que cada vez llueve más fuerte. Nos dicen que ya va a pasar, que es cosa de un rato, que hay que verle el lado bueno. Pero no lo vemos. Nos pintaron los ojos de gris, y gris vemos al mundo.
Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos.
Pero la tormenta en algún momento se termina -igual que los días de sol-. La pregunta sería... sabiendo que se terminan ¿No podemos disfrutar los días de sol, y angustiarnos a su tiempo porque se fueron? ¿No podemos asumir que las cosas van a mejorar, ineludiblemente, en algún momento? Algún día tenemos que dejar de castigarnos por lo que hicimos -y sobretodo, por lo que no-. Al fin y al cabo, como dice un viejo cuento... esto también pasará.
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