Desde hace un tiempo considero que uno es el propio arquitecto de los recuerdos, y que en cierta manera define las condiciones en las que se van a dar. Claro que el clima influye y hay que tenerlo en cuenta... y a veces distraerse en ese punto puede llevar a la catástrofe.
Lo interesante es que uno puede generar recuerdos -o las situaciones que los generan- pero eso no va a hacer que en un futuro sigan significando lo mismo. Lo que hoy es hermoso de mirar para atrás, mañana trae nostalgia o tristeza. Lo que es triste ahora, después de un tiempo se vuelve divertido. Lo que parece ser una oportunidad perdida... se muestra después como un desastre evitado. Pero, por supuesto, no nos conformamos ni con la certeza. Siempre está impresa en nuestra mente la pregunta: ¿Qué hubiera pasado si...?
De la memoria valoro 2 momentos que son muy particulares. El primero cuando te acordás de que te olvidaste. No de apagar la hornalla o de hacer el trabajo práctico. Cuando te olvidaste de un gesto, de una voz, de que relacionabas un hecho con alguien o del por qué lo relacionabas. De golpe vas caminando por la calle y decís ¿Cuánto hace que dejé de acordarme de él/ella cada vez que [Insertar evento circunstancial e inmanejable]? Capaz pasaron algunas semanas, un par de meses. Jamás vas a saberlo. De golpe un día pasó y no te acordaste... y un tiempo después de diste cuenta de que hacía mucho pasaba sin que te acuerdes. O mismo... olvidaste esa voz, o sus gestos. Todo esto puede ser una bendición o una maldición, e incluso ambas cosas a la vez.
-Gano -dijo el zorro-, por el color de trigo.
La segunda cuando los recuerdos mutan. Cuando lo que era feliz se vuelve triste, y tiempo después vuelve a ser un recuerdo... no sé si feliz, pero sí agradable. Ya no duele la nostalgia... el tiempo pasó y lo que fue lindo se vuelve anécdota en vez de triste melancolía.
Y sí, el tiempo cura... o al menos da la chance de olvidar, que a veces viene siendo lo mismo.
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