jueves, 30 de abril de 2015

Señor, no vaya a confundir la soberbia con la autoestima

 Es difícil hacer algo lo suficientemente bien y no creérsela ni un poco. Puede negarlo cualquiera, pero francamente no le creería. Principalmente porque en esencia no me parece mal, es esperable. Tampoco le creo demasiado al que dice que no le importa nada la mirada del otro. Lejos de parecerme una actitud determinada y madura, me parece de lo más infantil, porque solamente en el otro podemos notar que nos estamos equivocando o que estamos haciendo las cosas bien. Nuestra opinión es la más subjetiva siempre. Maduro me parece hacerle a las opiniones ajenas un merecido análisis para poder sacar lo valioso, lo que realmente ayude a crecer.

 Y entre que te salgan las cosas bien y la mirada ajena, siempre aparece la palabra "figurar". "Este busca figurar", "Este busca fama", "Este quiere que lo miren". ¿Lo correcto entonces sería hacer las cosas mal? "No, lo correcto es no demostrarlo". Quiero ver cómo hacen para hacer cosas que solamente se pueden hacer bien en público (dar el asiento, por ejemplo) o saber si evitan hacer cosas buenas cuando hay alguien delante. ¿Suena un poco tonto, no? Sin embargo nos manejamos así. Creemos que el que hace algo bien, por hacerlo notorio, es malo. Asumimos que su motivación es mala.

 Incluso la religión cristiana inculca "que tu mano derecha no se entere de lo que hace tu mano izquierda". Entiendo perfectamente el sentido porque, en los versículos alrededor, queda muy claro: no es necesario hacer espamento cada vez que cumplís con la ley. La cuestión es que, por un motivo u otro, la gente a la que admiramos en muchos casos es famosa, se hizo famosa por sus actos. Se hizo admirable. Imaginen si Martin Luther King Jr. hubiera pensado "No debería encabezar esto, la gente va a pensar que solamente busco fama". ¿Sigue sonando estúpido? Lo es. Es ridículo que pensemos que la motivación de alguien para todo es llamar la atención. Es subestimar de forma horrible a un ser humano. 

 Pasa todos los días. Cualquier persona famosa que hace algo bueno de forma pública se lo acusa de careta, de querer publicidad. No obstante al ser algo público inspira. Despierta. Nos hace ver que un cambio es posible. Muchas veces nos invita a participar, a hacernos parte. Si alguien reconocido muestra que hace casas para la gente sin techo puede que algunas personas lo vean y piensen "yo también podría hacerlo". Me acuerdo una situación puntual: Escuchando Perros de la Calle un día llamó a la radio alguien de un lugar de residencia contando que el techo de una habitación común (supongamos que el comedor) del lugar (donde vivía mucha gente) se había caído y no podían seguir así. Andy Kusnetzoff se comunicó con una empresa proveedora de materiales de construcción y el dueño (o responsable o encargado, no aplica) simplemente dijo “decime qué necesitás y adónde lo mando”. Sencillo, simple. Van a decirme (y con razón) que con esto se hizo publicidad. Sí, sin duda, pero las cosas llegaron, el problema se resolvió. Es un trato ganar-ganar, y no por ello hay que verlo meramente como publicidad.

 Pero el que nada hace ni nada quiere hacer solamente ve negro. No hace ni pretende dejar que los demás hagan, para no ser puesto en evidencia. Si él hace se nota que yo no hago, entonces mejor que no haga. O mejor aún, manchar lo que hace con una motivación egoísta para dejarlo además mal parado. Y la comodidad se perpetra.

 Hay quienes rehúyen del protagonismo toda la vida, y me parece bien. Hay quienes lo buscan todo el tiempo, y no necesariamente me parece mal. "Ser conocido por trabajo es lo que todos anhelamos, pero la exageración al reconocimiento público tiene más sinsabores que cosas agradables. ¡Vos no podes querer ser famoso! ¡Es como querer ser pelotudo!" dijo Ricardo Darín, seguramente con mucha razón. En una conferencia de prensa con Esteban Lamothe (actor que hace de Alejo en la película Abzurdah) nos contaba que la gente le decía genio hasta que se negaba a sacarse fotos (por motivos muy válidos, como estar tratando de cuidar a su hijo y pasar un rato con él), cuando pasaba a ser un pelotudo engreído. El reconocimiento forma parte de la realización personal, pero la exageración es peligrosa, te expone, te quita humanidad. Parafraseando a Robert Plant, diría que ninguna conversación sobre reconocimiento y una buena acción tiene sentido. Lo hacés y punto, no importa por qué. El mundo no gira por intenciones, y sabe Dios que yo no soy quién para juzgarlas.


La soberbia mira desde más arriba y no llora penas ajenas, en cambio el autoestima se transmite y contagia a cualquier persona buena.

lunes, 27 de abril de 2015

Una amiga me recordó: Lo que hacés lo pagarás

 Está hecho. No tiene vuelta atrás. En parte, sabés que es mejor así. Diste el paso y las consecuencias parecen venir en avalancha. La mayoría las viste venir, pero algunas ni las sospechaste. Para el caso es igual, porque hay que hacerles frente de todas formas. De eso se trata, de ponerle el pecho. 

 A veces toca dar el salto. Llega el punto exacto donde no podés evaluar más posibilidades, no podés tener en cuenta más escenarios, no podés seguir pensando en todo lo que podría o no pasar. Todas esas cosas que te queman la cabeza las tenés que dejar a un costado para avanzar. Y en realidad el momento en el que esto pasa es porque ya no importan las posibilidades, ya no importan los escenarios, ya no importa lo que podría pasar. Lo que te carcome por dentro es mucho más grande y mucho más fuerte que todo eso. No podés seguir así. Llega ese instante en el que o se hace algo o se explota, donde se habla o se calla para siempre. Donde se decide de una vez y para siempre, porque las consecuencias van a cambiar el rumbo de forma definitiva y va a haber algo que ya no va a volver a ser de la misma forma nunca más. 

 Esos momentos los comparo con el momento en el que te ponen los arneses en la montaña rusa. Hiciste una fila de quince minutos, de media hora o de dos y ahí estás, preparado para un viaje que va a inyectar en tu cerebro una dosis soberbia de adrenalina. Y vos sabés que va a ser así y la tensión aumenta antes de que empiece, ya en el momento en el que te sentás. Venís jugadísimo. Es como cuando te subiste al trampolín… no vas a volver a bajar por la escalera que subiste. Esa tensión genera una impaciencia monstruosa, al punto que es preferible terminar con ella avanzando que seguir sufriéndola. Y esperar la reacción que a esa acción sucede. 

 Creo que lo más gratificante de eso es la libertad del instante entre que la tensión de avanzar termina y las consecuencias llegan. Cuando escuchás que los carritos de la montaña rusa empiezan a andar. Ese momento exacto en el que el miedo quedó pintado ante nuestro ataque de valentía y nos entregamos no con resignación sino abrazando lo que pueda llegar. Y solamente podemos hacerlo porque antes soltamos, antes decidimos que la carga era más de la que podíamos seguir sosteniendo. El miedo, la resignación y las ideas que te consumen la cabeza quedaron atrás. Así tenía que ser.

 Siempre estuve en contra de pensar que el fin justifica los medios porque me parece una idea cobarde. Es el ímpetu de no hacerse cargo de los medios utilizados solamente porque consideramos que el fin fue justo. Ya con eso basta para lavarse las manos. En cambio creo que si elegimos un medio tiene que convencernos y tenemos que poder defenderlo. Y, si fue equivocado, asumirlo. Asumir la reacción que nuestra acción provocó. Pero a diferencia de la física, en la vida la reacción no suele ser equivalente y casi nunca es sólo en sentido inverso. Por el contrario, las reacciones o son menores o son exponencialmente mayores y se disparan hacia todos lados. Tus acciones pueden tener repercusiones que no solamente te afecten a vos, sino también a muchas otras personas. Te conviene estar de acuerdo con ellas.

martes, 14 de abril de 2015

Pierdo la vida en una vuelta de ruleta, pierdo la bocha por hacer una de más

 Maldita o bendita costumbre la de siempre apostar una vez más. Bueno, en términos prácticos suena siempre a pérdida insensata, a que se pierde la casa y el auto. Y de hecho muchas veces pasa, muchas veces en vez de gambeteada maestra, de esas que el público recuerda por años, es solamente una de más y el público abuchea y te trata de morfón. Y al igual que en el fútbol, tu público -empezando por vos- es resultadista. Si sale bien sos un maestro, lo bien que hiciste en seguirla porque ibas a demostrar maestría. Si sale mal sos un muerto, te tendrías que haber dado cuenta de que tenías que soltar la pelota antes y tenías más chances.

 Lo bueno es que en la vida la mayoría de las apuestas son equivalentes a usar dinero ficticio. Probás y te tirás a perder todas las fichas que te consumieron más tiempo que plata real. Sí, realmente conseguir una buena cantidad de fichas tiende a consumir mucho tiempo independientemente de si son pagas o no. Lo bueno es que estas apuestas siempre cuentan con un premio consuelo que llaman experiencia. En palabras del Ringo Bonavena, "un peine que te dan cuando te quedaste pelado". Algo de razón lleva, pero puede pasar que te compres una peluca o que veas a alguno que todavía anda con pelo, y alguien lo pueda usar. 

 Y en eso sí que somos expertos, en ignorar la experiencia ajena. Alguien ya se partió la cabeza contra esa pared y vos la mirás y decís “no, pero mi cabeza es más dura”. Un par de puntos y un chichón importante más tarde te das cuenta de que te convendría haber hecho caso. Mi viejo decía “mirá los errores ajenos, que no vas a tener tiempo de cometerlos a todos” en un intento para que yo evite al menos sus equivocaciones. Sin embargo el hecho de cometer los propios errores tiene su magia y su gusto, el aprendizaje es distinto. El problema es que el aprendizaje en esencia sirve para enfrentarse a situaciones del futuro, porque el pasado no se puede cambiar. Si aprendés algo que te costó  lo que ya no vas a recuperar o sobre lo que no vas a volver a enfrentar, de poco te sirve a vos. Capaz es eso lo que nos falta evaluar a la hora de querer cometer nuestros propios errores.

 Lamentablemente tampoco puedo dejar de pensar… ¿Y si es otra pared? ¿Y si me pongo un casco? ¿La varianza va a estar de mi lado? Vivir es arriesgarse constantemente, “el que no arriesga no gana” y si nada pretendés ganar… ¿Qué estás haciendo? Demasiada seguridad anula. Muchos de los grandes inventos de la historia fueron de gente completamente osada. Y muchas de las grandes historias también nacieron de gente osada. Gente que arriesgó su patrimonio, su trabajo e incluso su propia vida. Algunos hasta perdieron todo eso y aún consiguieron el objetivo colectivo. Algunos se perdieron en la historia, y otros la escribieron. Pero sin duda pocos quisieron ser recordados como gente pasiva o cobarde, porque la historia contra ellos no tiene clemencia. 

 ¿Entonces todo es apostar sin fijarse las consecuencias? Yo creo que no. Hablando de póker uno calcula las posibilidades que tiene de ganar a través de un método matemático, y en eso basa su jugada. Eso hace que sea más o menos seguro, pero lo cierto que es que en el momento de la verdad la varianza es la que actúa. Con un porcentaje apenas mayor al 1% se puede ganar y con uno cercano al 90% se puede perder. Y quizás ni siquiera se trate de eso, sino de qué hacer una vez que se hizo all in e incluso con las posibilidades a nuestro favor se falla. Entonces recuerdo a Rudyard Kipling en un poema que alguna vez me llevó a las lágrimas: “Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta, y perder, y comenzar de nuevo por el principio, tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, y lo que es más, serás un hombre, ¡hijo mío!”

No sé si nací para correr, pero quizás nací para apostar