Todo esto surge, como mucho de lo que nos asalta a los nativos digitales, de un hilo de Twitter. Una española cuenta que se encontró un celular sin contraseña y de repente se enfrentó a una sucesión de cosas misteriosas. Al momento de escribir esto, ella todavía no terminó. Cualquiera con Twitter no debe haberse olvidado de la historia de Manuel Bartual y su doppelgänger y varios deben conocer más hilos del mismo estilo. El twittero sufre, de golpe, algo muy raro que lo saca de su cotidianeidad y lo comparte en la red. Como la gente es curiosa y el estilo del twittero es realista, se va compartiendo el hilo y se viraliza. La gente, cuando puede, además interviene dando ideas o ayudando a descifrar pistas, y eso está muy bien. Pero hay otro tipo de sujeto virtual que interviene no para ayudar, sino para decir que se trata de una ficción, que no tiene sentido seguirle el juego. A esa gente no puedo más que desearle unas fuertes hemorroides.
Estos especímenes no son modernos para nada, ya hablaba Dolina en el 88 de "Los Refutadores de Leyendas" y Casciari en 2004 de "Los mata-magia". Gente que si le preguntás seguro acusa altruismo, dice que lo hace para sacarle la venda de los ojos a la gente, pero en realidad los mueve la soberbia. Los mueve el pensarse más vivos que el resto, más despiertos frente a los que nos engañan y los mueve la necesidad imperiosa de demostrarlo. No sospechan, ni por asomo, que nosotros podemos darnos cuenta solos o que no queremos darnos cuenta para disfrutar enteramente de la experiencia que ofrece el artista.
Claro que no hablo de cosas serias, como el discurso de un político. El "andá a chequearlo" está muy bien cuando se trata de alguien que basa su discurso en datos incomprobables. Pero, ¿quién te manda a chequear si es cierta o no la historia del abuelo que sufre en un bar la pérdida de su compañera de toda la vida o las palabras de aliento que te dio un desconocido en la calle? ¿Qué sentido tiene saber si el twittero armó minuciosamente la historia cuando parte fundamental de la obra es precisamente jugar con la credibilidad y la cuarta pared? ¿Esta gente va a los teatros a gritarle a los actores que encarnan una mentira, que no se llaman así ni son así en su día a día?
Creo que es un problema de la virtualidad, dentro de las tantas ventajas hay que pagar algunos precios. En la vida tangible uno al menos no sufre el asalto de un desconocido que se cree piola. No te aparece por la espalda un desagradable, en un show callejero de magia, a contarte los pormenores del truco. En el fondo, además de enojo me dan un poco de pena por su increíble falta de capacidad de entender que una mentira no es más que un recurso literario.
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