lunes, 31 de agosto de 2015

Temiendo al fin, siempre temiendo

 Desde que nacemos tenemos una respuesta evolutiva a los peligros que se nos presentan, reales o imaginarios: el miedo. Digo evolutiva porque fue necesaria para la evolución de nuestra especie... podrá cualquiera pensar dos minutos lo rápido que terminaría una especie muy "temeraria". El miedo es necesario en muchos aspectos de la vida. Si no tuviéramos miedo a absolutamente nada seríamos imprudentes hasta lo absurdo y nuestra vida peligraría cada segundo, sobre todo si tenemos en cuenta que otra característica propia de nuestra especie es la curiosidad. Eso de "la curiosidad mató al gato" cobraría sentido. Pero, claro, no todos los miedos son racionales. Peor aún: no todos nuestros miedos son propios.

 A buen entendedor, pocas palabras. Dicho lo anterior, cada vez que se hable de "miedo" va a tratarse sólo de miedos "sociales". Es decir... todo eso que la sociedad en la que vivís te impone. Miedo a parecer idiota. Miedo a parecer puta. Miedo a parecer homosexual. Miedo a lo que los demás piensen de que seas idiota, puta u homosexual. Tres ejemplos de los cientos que puedan pasar por tu cabeza, o más aún, de los que puedan erizarte la nuca. Son todos miedos en los que el peligro radica pura y exclusivamente en lo que el otro va a interpretar y creer saber de vos y cómo va a actuar a partir de ello. Se basan en el juicio que los demás van a hacer de vos conociendo una porción. Se basan en los juicios que vos mismo hacés todos los días sobre los demás conociendo sólo una porción de su existencia.

 Esos miedos encierran todo lo que sos o podrías llegar a ser. Si los dejás, van a encadenar tu alma y tus piernas para que no avances un centímetro más. Van a nublarte la vista para que te sientas atacado y vulnerado por todos los frentes hasta que decidas esconderte en un rincón rogando que nadie te encuentre así, tan desprotegido. O peor: van a enfrentarte a todo lo que vos no creas correcto, todo lo que no juzgues adecuado. Con uñas y garras. Van a hacer que grites, patalees y golpees, pero nunca que debatas. Puede que hasta termines matando por miedo. Porque es absolutamente terrorífico el paisaje apocalíptico en el que tus verdades pueden cuestionarse.

 Lo bueno es que quien cuida tu celda sos vos. Vos tenés el poder de escupir en la cara de cada uno de los miedos. Del miedo nadie zafa... pero muchos lo superan. Se ponen por delante, se escapan. Todo lo grande que pueda esperarnos está fuera de lo que llaman "zona de confort". ¿Es linda? ¿Segura? Sí, muy. Muy vacía también. Pensá un segundo en todo lo que superaste, cada miedo y cada traba hasta ahora. Todo lo que conseguiste que no hubieras conseguido. Llegaste hasta acá, celebrá tu existencia. Venciste muchas cosas para ser quien sos hoy, y todavía estás en camino de quién podés ser. Y el miedo siempre va a estar ahí, gritándote en la oreja. Queda decidir qué tanto vas a escuchar.

 De mi vieja aprendí que lo contrario del amor no es el odio, sino el miedo: el amor te mueve y el miedo te frena. El amor hace que rompas las barreras que el miedo puso: te pone a prueba constantemente, te invita a ser mejor (y para eso, de forma indefectible hay que arriesgar). Además, analizándolo un poco más a fondo, amor y odio pueden ir de la mano y el odio a veces es sólo el hijo iracundo del miedo. Hay odios, como la xenofobia y la homofobia, que son hijos del miedo y la ignorancia. Y la cura es el conocimiento: aprender y leer, conocer lugares y gente. Salir de uno mismo da a veces menos miedo que entrar. Y ambos son necesarios. Después de todo... no hay nada más terrorífico que terminar pensando en todos los "¿Qué hubiera pasado si... ?".

martes, 25 de agosto de 2015

Soy sólo esto, barro nomás

 Hace algunas semanas tuve la suerte de poder entrevistar a Sebastián Rojas (productor del Maipo) acerca de su proyecto, Acá Estoy. Los resultados están en esta nota. No pude evitar que el proyecto me identifique y me llene de ganas de gritar también Acá Estoy. Principalmente porque creo que este espacio en sí se basa en decir “Acá estoy, estas son mis ideas”. Ya en el primer post hablé de mis ganas de compartir algunas cosas para las que Twitter me quedaba chico con sus 140 caracteres. Faltó agregar, en ese momento, que Facebook me resulta impersonal y masificado como para darle algo de identidad a lo que escribiera. No sé a quién pueda importarle una sola de las líneas –exceptuando a mis amigos, que al menos me leen por cariño-, pero francamente espero que a alguien le sirvan. Creo que ayuda preguntarse lo que acá contesto (¿Quién soy?, ¿Cuál es mi sueño?, ¿Cómo ves al mundo? y ¿Por qué gritás “Acá Estoy”?). Y por eso hago esto también, para invitarte a gritar conmigo Acá Estoy.

 ¿Quién soy? Me gustaría saberlo. Al menos saberlo en su totalidad, cosa que dudo que algún día pase. De todas formas, lo que sé de mí ya no entraría en las 600, 700, 800 o 1000 palabras que suelen tener mis posts. ¿Puede alguien ser definido? ¿Más aún, puede definirse alguien a sí mismo? ¿Bajo qué criterios? Son todas preguntas sin respuestas, pero que vale la pena hacerse. Puedo optar por hacer lo que el protagonista de Breve descripción de mi persona (canción del Cuarteto de Nos donde se le pide a un postulante una breve descripción personal debajo de la solicitud) y empezar a relatar datos aparentemente inconexos, mezclando la profundidad con la banalidad. Digo “aparentemente” por mi gusto por lo críptico, por lo que no se ve a simple vista sino que hay que entender que hay algo más allá. Soy un amante de la música, un junta-palabras (porque “escritor” me queda enorme), un periodista en proceso. Soy de los que intentan aplicar eso de “ser como te gustaría que fueran con vos”, aunque consciente de que no todos son así y muchas veces espero de más. Soy el que le pedís la mano y capaz te da el codo o capaz no te da bola. Según. Pero es raro que te dé sólo la mano. Soy el que, a pesar de que la RAE no lo recomienda, prefiere diferenciar “sólo” de “solo”. Soy el que era tímido y logró superarse. Soy el que se cayó y se levantó lleno de lastimaduras. Pero se levantó.

 Los sueños están directamente ligados a quiénes somos. Considero que es más fácil contestar uno teniendo bien claro el otro. Lamentablemente, no tengo claro ninguno de los dos. A nivel individual lo tengo más claro: mi sueño es ser artista. No importa el medio, porque el arte es algo que surge de adentro, importa el poder generar. Lo increíble, lo heroico, es generar en alguien lo que en mí generó Antoine de Saint-Exupéry, que todavía me abre la cabeza. Lo que en mí generó Alejandro Casona, que me llenó el alma de ganas de seguir leyendo. Lo que me generó Led Zeppelin, que me llevó a lugares de mi cabeza que no conocía. Lo que me generaron Szifrón, D’Elía,Peretti, Fiore y Seefeld o Bays, Thomas, Radnor, Segel, Hannigan, Smulders y Harris, que jugaron con mis emociones llevándome de la risa a conmoverme o sentir tensión. Aunque todas esas sensaciones en realidad se resumen en un cosquilleo en la panza que sube hasta el pecho. El día que pueda generar algo así voy a haber conocido eso que suele llamarse “éxito”. A nivel global… “paz mundial” me suena muy barato y trillado. Supongo que podría resumir mi sueño en lo que dijo mi héroe... que las personas se amen.

 Es difícil describir el mundo en el que vivimos. Creo que aplica un poco lo que dije sobre mí mismo: no alcanzarían caracteres para una descripción concreta ni un único enfoque posible. No obstante, vale soltar algunas ideas. Lo veo como el tiempo de las potencialidades: salvar al mundo en cualquiera de los niveles está más al alcance de lo que haya estado nunca. Hoy es posible educar, generar infraestructuras, alimentar a la población o mejorar el medio ambiente de formas con las que antes no contábamos. El problema lo veo en la gente. Los que tienen a mano las herramientas parecen no estar dispuestos a usarlas y los que parecen querer lograr un cambio no consideran tener las herramientas. Sin embargo, el acceso a la información con el que contamos ahora es una herramienta que ninguna otra generación tuvo hasta ahora y es lo que puede marcar la diferencia de forma definitiva y contundente. Es el momento de tomar conciencia. Un mundo mejor no es fácil, pero es posible.

 Yo grito Acá Estoy porque no me queda otra. Porque me sale de adentro, me quema la necesidad de hacerlo. Porque creo, como Ernesto Sábato, que una vida más humana está al alcance de nuestras manos. Porque somos considerados una generación estúpida por la generación que tanto daño le hizo al planeta, a la nación y a la sociedad en la que vivimos. Porque tenemos las chances que nadie tuvo antes que nosotros: un acceso a la información que hubieran envidiado todos los grandes científicos de la historia. Un chico de 10 años tiene la oportunidad de aprender el triple que en el colegio con un aparato que le entra entre los dedos. Porque no tolero que le hayan metido en la cabeza a tantas generaciones el odio a uno mismo, llevarlos al extremo de que perder un par de kilos importa muchísimo más que haber leído un par de libros. No tolero que nos quieran implantar la tristeza, y que nos quieran hacer creer que la felicidad está en el consumo y en el vacío de que nada ni nadie nos importe. Grito Acá Estoy para liberarme y ser parte de la libertad de otros, hacerme cargo. Porque creo que si todos demostramos que acá estamos, y estamos dispuestos a cambiar la realidad… la realidad va a ser otra. Hay esperanza. All will be well.

Sé de dónde vengo, sé dónde voy,
por eso sé dónde estoy, no me avergüenza lo que soy.
Sé cuál es mi lugar y a dónde pertenezco,
lo que no me corresponde y lo que merezco.
Soy sangre de mi sangre y soy mi costumbre,
soy mis hábitos y códigos, y mis incertidumbres.
Soy mis decisiones y mis elecciones,
soy mis acciones, solo y en la muchedumbre.
Soy mis creencias y mis carencias,
soy mi materia y mi esencia,
soy mi presencia y mi ausencia,
mi conciencia y mi apariencia.
Soy mi procedencia.
Soy mi herencia y mi experiencia,
soy mi pasado y mi vigencia.
Y esa vivencia es la referencia
que con otros me une y me diferencia.

martes, 18 de agosto de 2015

Poder decir adiós es crecer

 Creo que uno de los “clicks” más importantes del paso a la adolescencia es el descubrir que la vida no es pura alegría, felicidad y algodón de azúcar. De hecho toda la adolescencia se ve marcada con esto: primero una gran frustración al descubrir falibles a nuestros padres –que eran nuestros modelos- y al descubrirnos vulnerables a nosotros mismos. Después con esto viene la rebeldía, la resistencia a un mundo hostil e inseguro. Y es en la adolescencia, generalmente, cuando empezamos a tener decepciones con las personas. Descubrimos, también, que no sólo las demás personas no actúan como nosotros o como a nosotros nos gustaría, sino que algunos parecen empeñarse en hacer exactamente lo contrario a lo que nuestra moral nos indica. ¿Por maldad? No. Bueno, a priori la respuesta sería que no, que nadie se pondría a contrariarnos por mero gusto... aunque en realidad eso es algo que en lo que YO no gastaría mi tiempo. 

 ¿Hacemos bien en esperar algo del otro? Si. No. Tal vez, depende. Cuando uno entabla cualquier tipo de relación por elección -hablando de amistad y pareja, no de familia-, lo hace basándose en la confianza. Confianza en que no va a ser traicionado, confianza en que el otro no va a aprovechar nuestras confidencias para hacernos daño, confianza en que el otro va a apoyarnos, confianza en que el otro va a hacer cosas para vernos bien. ¿Está mal esperar eso? Depende. Partamos de una base: no se puede esperar de un burro más que una patada. Por otro lado, la gente es lo que es, independientemente de nosotros. Entonces, la otra persona puede actuar de forma distinta a la que yo querría, actuaría o incluso llegara a pensar. Eso no está mal: somos personas libres y cada uno hace lo que le viene en gana. Recordemos que nuestra Constitución nos permite hacer todo lo que la ley no prohíbe. ¿Tenemos que dejar, entonces, que nos pisoteen, que se caguen en nosotros y nos destrocen? No. Ahí entra en juego nuestra libertad: nosotros podemos elegir no soportar esas situaciones. 

 Por motivos prácticos suelo elegir ejemplos exagerados para explicarme. Persona X tiene una manía: habla de los defectos físicos de la gente que tiene alrededor. Él/ella argumenta -con razón, quizás- que él/ella es así, que es su forma de ser y no tiene por qué cambiarla, que nada le impide ser así. ¿Tenemos, entonces, la obligación de relacionarnos con él/ella? No, para nada, jamás. Nos relacionamos, al fin y al cabo, con gente que nos es afín. Y eso es bueno, porque potencia nuestras habilidades, nos relaja, nos cuida, nos hace más felices. Hace un tiempo pensé que, si hay alguien que elegiste que esté en tu vida, debería ayudarte a ser mejor persona. En cualquiera de los sentidos que ello implique. No porque alguien deba "sernos útil", sino porque si no es así, esa persona nos está sacando la energía, nos está lastimando. Y en base a eso me surgió, hace algunos años, lo que me gusta llamar "la Teoría de la Tostada". 

 La Teoría de la Tostada nació en un momento particular de mi vida. Fue un día de la madre, algunos años atrás, cuando yo decidí hacerle el desayuno a mi mamá y se me quemaron las tostadas. ¿Qué hace alguien que saca tarde del fuego unas tostadas? Las raspa, para sacarles lo quemado. En ese momento había una persona que, por distintos motivos, me había lastimado más de lo que me hubiera gustado. Y ahí entendí todo. El gusto a quemado es particularmente invasivo: si no raspás a conciencia la tostada corrés el riesgo de que lo que quede quemado arruine el gusto de toda la tostada. Comparé entonces a mi vida con un pan: lo había dejado mucho tiempo al fuego –dolor- y ya estaba quemado… y lo quemado tenía que rasparlo. Iba a doler, lo sabía… pero cualquier vestigio que dejase iba a arruinarme el sabor de cada momento. Hay gente que, queriendo o no, en nuestra vida hace demasiado daño. Y en algún momento, por amor propio, hay que decir “hasta acá” y frenar. Y a veces hay que eliminar todo tipo de relación y todo tipo de vestigio. Esto implica también dejar de hablar de esa persona: criticarla equivaldría a seguir masticando lo mismo. Entonces, aunque duela, hay que “raspar” a esa persona tanto como se pueda de nuestra existencia. Sacarla de nuestro sistema como si de una enfermedad se tratara. El resto… que el tiempo se encargue de curar. 

Soltar no es decir adiós, es decir gracias