Creo que uno de los “clicks” más importantes del paso a la adolescencia es el
descubrir que la vida no es pura alegría, felicidad y algodón de azúcar. De
hecho toda la adolescencia se ve marcada con esto: primero una gran frustración
al descubrir falibles a nuestros padres –que eran nuestros modelos- y al
descubrirnos vulnerables a nosotros mismos. Después con esto viene la rebeldía,
la resistencia a un mundo hostil e inseguro. Y es en la adolescencia,
generalmente, cuando empezamos a tener decepciones con las personas. Descubrimos, también, que no sólo las demás personas no
actúan como nosotros o como a nosotros nos gustaría, sino que algunos parecen
empeñarse en hacer exactamente lo contrario a lo que nuestra moral nos indica.
¿Por maldad? No. Bueno, a priori la respuesta sería que no, que nadie se
pondría a contrariarnos por mero gusto... aunque en realidad eso es algo que en
lo que YO no gastaría mi tiempo.
¿Hacemos bien en esperar algo del otro? Si. No. Tal
vez, depende. Cuando uno entabla cualquier tipo de relación por elección
-hablando de amistad y pareja, no de familia-, lo hace basándose en la
confianza. Confianza en que no va a ser traicionado, confianza en que el otro
no va a aprovechar nuestras confidencias para hacernos daño, confianza en que
el otro va a apoyarnos, confianza en que el otro va a hacer cosas para vernos
bien. ¿Está mal esperar eso? Depende. Partamos de una base: no se puede esperar
de un burro más que una patada. Por otro lado, la gente es lo que es,
independientemente de nosotros. Entonces, la otra persona puede actuar de forma
distinta a la que yo querría, actuaría o incluso llegara a pensar. Eso no está
mal: somos personas libres y cada uno hace lo que le viene en gana. Recordemos
que nuestra Constitución nos permite hacer todo lo que la ley no prohíbe.
¿Tenemos que dejar, entonces, que nos pisoteen, que se caguen en nosotros y nos
destrocen? No. Ahí entra en juego nuestra libertad: nosotros podemos elegir no
soportar esas situaciones.
Por motivos prácticos suelo elegir ejemplos
exagerados para explicarme. Persona X tiene una manía: habla de los defectos
físicos de la
gente que tiene alrededor. Él/ella argumenta -con razón, quizás- que él/ella es así,
que es su forma de ser y no tiene por qué cambiarla, que nada le impide ser
así. ¿Tenemos, entonces, la obligación de relacionarnos con él/ella? No, para
nada, jamás. Nos relacionamos, al fin y al cabo, con gente que nos es afín. Y
eso es bueno, porque potencia nuestras habilidades, nos relaja, nos cuida, nos
hace más felices. Hace un tiempo pensé que, si hay alguien que elegiste que
esté en tu vida, debería ayudarte a ser mejor persona. En cualquiera de los
sentidos que ello implique. No porque alguien deba "sernos útil",
sino porque si no es así, esa persona nos está sacando la energía, nos está
lastimando. Y en base a eso me surgió, hace algunos años, lo que me gusta
llamar "la Teoría de la Tostada".
La Teoría de la Tostada nació en un momento
particular de mi vida. Fue un día de la madre, algunos años atrás, cuando yo
decidí hacerle el desayuno a mi mamá y se me quemaron las tostadas. ¿Qué hace
alguien que saca tarde del fuego unas tostadas? Las raspa, para sacarles lo
quemado. En ese momento había una persona que, por distintos motivos, me había
lastimado más de lo que me hubiera gustado. Y ahí entendí todo. El gusto a
quemado es particularmente invasivo: si no raspás a
conciencia la tostada corrés el
riesgo de que lo que quede quemado arruine el gusto de toda la tostada. Comparé
entonces a mi vida con un pan: lo había dejado mucho tiempo al fuego –dolor- y
ya estaba quemado… y lo quemado tenía que rasparlo. Iba a doler, lo sabía… pero
cualquier vestigio que dejase iba a arruinarme el sabor de cada momento. Hay
gente que, queriendo o no, en nuestra vida hace demasiado daño. Y en algún
momento, por amor propio, hay que decir “hasta acá” y frenar. Y a veces hay que
eliminar todo tipo de relación y todo tipo de vestigio. Esto implica también
dejar de hablar de esa persona: criticarla equivaldría a seguir masticando lo
mismo. Entonces, aunque duela, hay que “raspar” a esa persona tanto como se
pueda de nuestra existencia. Sacarla de nuestro sistema como si de una
enfermedad se tratara. El resto… que el tiempo se encargue de curar.
Soltar no es decir adiós, es decir gracias
No hay comentarios:
Publicar un comentario