Por cuestiones de oficio y de hobbies me he cruzado muchísimas veces con gente que confunde hablar con elegancia, solemnidad o nivel con hablar en "neutro" (tal cosa no existe, pero así nos referimos a los doblajes tan simpáticos que recibimos desde la más tierna infancia). Por dar ejemplos, cuando escriben "el cual" en vez de "que" o escriben "iremos" en lugar de "vamos a ir", que es mucho más rioplatense.
Tal vez venga de ahí que, cuando a alguien se le muere un ser querido, le digamos "lo lamento". Suena terriblemente anticlimático: "lo lamento". Es una patada en la boca para el que lo dice y una patada en la oreja (o en los ojos) para el receptor también. No es natural, sentimos como si otro nos hubiera usado la boca. No tiene nada que ver con ninguna de nuestras expresiones porque no usamos el verbo "lamentar" como el resto de los hispanohablantes. Nunca decimos "lo lamentarás", a lo sumo "te vas a arrepentir". Y cuando estamos muy arrepentidos por algo tampoco decimos "lo lamento", sino que pedimos perdón.
¿Qué decimos con "lo lamento"? La mayoría de las veces ni siquiera sufrimos por el difunto (que capaz ni conocemos), sino por la persona viva a la que le duele la pérdida. Es decir, ni siquiera "lamentás" la muerte, sino el sufrimiento del vivo. Tampoco usamos la palabra "pena", más que en su sentido jurídico. Lo que queremos decir, capaz, es "me pone muy triste lo que pasó porque te quiero y tu dolor me duele un poco también", en el mejor de los casos (cuando la expresión no viene obligada por el careteo de que te acaba de contar la tragedia alguien que te importa más bien poco). Pero es muy largo, y en esos momentos uno se siente tan torpe...
¿Qué decimos entonces? No me es orgullo tener cancha en el asunto, pero es que tampoco me quedó otra. He sido receptor de todo tipo de muestras de acompañamiento, algunas genuinas y muchas otras de cotillón. No los culpo, tampoco, porque en perspectiva uno se da cuenta que tampoco sabe qué hacer desde el otro lado. El tema está en que, genuinas o de cotillón, las palabras sirven más bien poco. No importa quiénes "lo lamenten", no importa que "está en el cielo" (porque yo lo quiero acá, conmigo), no importa que haya tenido "una buena vida", ni muchos otros clichés. Nada hace la diferencia.
Lo que sí me hizo la diferencia, en el fondo, fue saber a quiénes tenía alrededor y acompañándome de verdad, desde donde pudieran (aunque fuera en silencio).
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