Creo que fue en la secundaria cuando leí Bodas de Sangre, ya no me acuerdo si porque quise o porque me lo mandaron a leer. En las primeras dos páginas plantea (aunque es un tema recurrente en la obra) la fragilidad de los cuerpos, tan expuestos al desastre como si los años que llevan encima no hubieran valido nada. En otro posteo hablo específicamente de cómo esa conciencia me afecta en cuanto a mi propia fragilidad.
Quedamos en vernos a las 8, 8 y cuarto todavía no está. Bueno, siempre llega tarde, no será para tanto. Es una lástima que tampoco atienda al WhatsApp, y que su última conexión haya sido hace más de una hora. ¿Me habré confundido con la dirección? No, acá está, se la dije bien y acá dice que nos encontramos a las 8. Compruebo hasta el día para que el miedo quede en segundo plano un rato más (como otra pestaña en mi navegador cerebral). Sin embargo, lo puedo escuchar susurrarme "che, ¿no le habrá pasado algo?". Primero despacito, la racionalidad controla la pelota porque todo apunta a lo evidente: sólo se le hizo un poco tarde, con esta ciudad de locos es normal. Pero minuto a minuto va ganando más terreno, hasta gritarme en el oído "por favor, que no haya pasado nada". El alma se me escapa de a poco y la desesperación se me traduce en el cuerpo aunque peleo por no sacarla afuera, porque estoy en público. Al final la persona llega, me vuelve el alma al cuerpo y, aunque la puteo un poco, no puedo estar más contento.
Lucho con eso cada vez que me pasa, trato de ser racional, pero conforme pasa el tiempo voy perdiendo la pulseada. Después puedo ser feliz tranquilo, puedo seguir con mi vida y tolerar el sudor frío cuando la calma ya volvió. Me siento un estúpido, dándole valor a un miedo que ya sé que se equivocó muchas veces. Sé que en mayor o en menor medida mi sentimiento se repite todos los días en muchas personas, porque entendemos todos que el mundo es un lugar hostil y entendemos que las personas que amamos, al igual que nosotros, están en un riesgo constante. Admiro mucho a los que pueden mantener la cabeza fría en momentos así, a mí me cuesta en general. Sé lo que es sentir que se te escapa el alma y sentir que te vuelva al cuerpo.
Sé también que, atrás de cada uno de nosotros que putea y que abraza mientras agradece que su mundo sigue bien, hay gente que el sentimiento de calma no les llega nunca. Personas que no aparecieron ni 8 y media, ni a las 9, ni a las 11. Personas que quedaron plantadas para siempre en una esquina, aunque después hayan ido a otra parte. El alma no les volvió, se quedó pululando en busca del otro, como el perro Hachiko en la estación del tren. Lo terrible del miedo es que a veces no se equivoca.
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