miércoles, 17 de junio de 2015

Recuerdo que juntos pasamos muy duros momentos

 Amigo... qué palabra. En línea general detesto pronunciarla. Supongo que porque en lo referente a las relaciones hace algunos años siento aversión por los títulos. "Amigo", "mejor amigo", etc. También me pasa con los títulos en la pareja, pero creo que de eso voy a hablar en otro momento.

 ¿Qué es un amigo? Es una pregunta de mierda, porque nadie puede sacar el diccionario del bolsillo (o de la biblioteca) y decir "es esto, esto y esto". A lo sumo podemos acercarnos a una definición pensando en qué tienen en común todas esas personas a las que consideramos amigos. Esa gente que nos es "afín", que sentimos que podemos compartir determinadas cosas.

 Cuando éramos chicos, cualquiera con el que pudiéramos jugar un rato era nuestro amigo: ahí estaba toda la coincidencia que necesitábamos, satisfacía nuestras necesidades. A medida que fuimos creciendo empezamos a escuchar de los grandes eso de que "amigos se cuentan con los dedos de una mano". Probablemente no lo entendimos, porque cualquiera podía ser nuestro amigo, aunque diferenciábamos una relación más cercana con uno o dos, a ese le decíamos "mejor amigo". Hay gente que conserva el mismo desde los 2 años y gente que lo pierde por un motivo u otro, o que gana un hermano de la noche a la mañana por un evento fortuito. Socialmente parece que los años pesaran bastante, ya que también se escucha que "las amistades se construyen con los años". En lo personal creo que en lo referente a las relaciones humanas vale poco el tiempo en relación a las experiencias: una experiencia lo suficientemente fuerte acompañado puede pesar mucho más que años de tibias trivialidades compartidas. Un gesto sincero puede pesar más que unas cuantas bromas durante meses.

 La amistad, como toda relación, creo que se basa en la confianza. ¿Qué clase de amigo es ese en el que no podés confiar? ¿Qué clase de amigo es alguien con quien no podés darte la libertad de ser vos mismo? Si no se confía nada se puede construir, porque no vale la pena construir nada; todo tiene la estabilidad de un castillo de naipes, ante cualquier dificultad por mínima que sea todo se vendría abajo. Será por eso que hay “códigos” establecidos. Mi viejo decía “códigos tienen los mafiosos, los decentes tienen valores”. Algo de razón tendría, porque en esta sociedad que dejó los valores guardados en la guantera solamente de códigos se habla.

 ¿Por qué códigos? Quizás porque en la postmodernidad en la que vivimos, donde todo parece superficial y vago, parecemos no notar qué es lo que puede molestar al otro. Hay cosas que uno creería que no merecen ser aclaradas, pero las pruebas empíricas demuestran lo contrario. Los hombres ya no tienen honor ni palabra, o al menos uno nunca puede fiarse de eso (o quizás soy yo el desconfiado al que le cagaron la cabeza). Los códigos a los que aludimos de forma mecánica tienen que ver con las cosas que pensamos o sabemos que pueden molestar a ese amigo. Amigo al que se supone que queremos, y que no queremos ni molestar ni lastimar.

 Sin embargo, (y tratando de sacudirle la tristeza a mis párrafos) hay quienes no necesitan ni códigos ni aclaraciones, que comparten nuestra felicidad y nuestra angustia con la misma fidelidad. Hay quienes con pocas palabras o con ninguna, con señales de humo o con el mínimo gesto están ahí y entienden qué nos pasa. Hay quienes, aún desde su imposibilidad de sostenerse a sí mismos, prestan el hombro para sostenerlo a uno. Hay quienes realmente sufren cuando no encuentran la forma de calmar nuestro dolor. Quizás se trate un poco de todo eso, quizás sea algo mucho más profundo. En cualquier caso, agradezco que estén ahí.


Es bueno haber tenido un amigo, aún si vamos a morir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario