sábado, 27 de diciembre de 2014

Cambia, todo cambia

 No podía dejar de escribir sobre cómo fue variando mi sentimiento con respecto a las fiestas con los años. Cuando era chico todo era felicidad. Muchos atribuyen esto al hecho de que uno no entiende nada, pero no creo que sea tan así. Si bien la creencia en Papa Noel le agregaba magia al asunto en la mesa éramos 12, y mis hermanos tenían menos edad de la que yo tengo ahora. Mi mamá me cuenta que a eso de los 5 años en una Navidad le presenté a mi abuela mi otra abuela. Sí, por algún motivo pensaba que mis abuelas no se conocían... puede tener que ver con que era la primera vez que las veía juntas. La mesa estaba llena de comida y llena de gente. Estaban mis viejos y mis hermanos, mis abuelos (las 2 maternas y mi abuelo materno), mis tías y mi tío con la esposa. Había música en el ambiente, si no recuerdo mal apostaría a que rock de los '90 tranquilo, o tal vez algo internacional como Led Zeppelin o Deep Purple. En el arbolito había regalos principalmente dedicados a los chicos de la casa, es decir mis hermanos y yo, y no sé si eran muchos pero siempre estaba contento. Mi papá una vez me regaló un metegol chico cuando yo ya sabía que Papa Noel no existía, y sentí que mi papá era el mejor del mundo. No porque el regalo fuera increíble (que lo era) sino porque en cierta forma yo sabía que le debía haber costado mucho y no le importaba por regalarme algo a mí. Mi mamá antes me decía que a Papa Noel lo mandaba Jesús en un intento por que yo no me olvide el significado católico de la Navidad. Nadie preguntaba dónde pasábamos las fiestas porque no había dudas nunca: la casa de mi abuela era el punto de reunión. 

 Hoy en día las cosas son un poco distintas. Primero porque en la mesa somos 6. Gracias a haber incluido a mi padrastro, porque sino ni siquiera. Creo que eso fue lo más triste de ir pasando navidades: la mesa cada vez más vacía. Ya no estuvieron los chistes de mi papá o de mi abuelo -a veces muy malos, pero cómo se extrañan-. Mi familia paterna no murió, pero nos hemos distanciado tanto que puede que en cualquier momento me entere de que sí sin comerlo ni beberlo. Falta mi tía queriendo cocinar algo medio raro o invitándome a cocinar a mí. Y ante tantas cosas que faltan... le falta voluntad a mi vieja para su ensalada de frutas. Con mis hermanos nos preguntamos constantemente dónde pasamos Navidad y año nuevo, porque ya festejarlo en familia no nos parece lo único que se puede hacer. De hecho van a ser 3 años que brindo con mi hermano mayor por teléfono. Ah, las maravillas de la era de la comunicación. Me hacen sentir un poco menos miserable cuando le digo Feliz Navidad a mi mejor amiga a las 12. Un poco nada más, porque la realidad es que en ese momento lo que necesito es un abrazo, no mandarle un mensaje vía Whatsapp. 

 A todo esto sumémosle lo inevitable de crecer: saber que hay gente que no tiene ni un pan dulce para compartir, saber que la pirotecnia perturba a los animales, saber que es la inflación lo que hace que los arbolitos estén cada vez más vacíos y los cielos menos llenos de cohetes (seamos realistas... dudo que la mayoría de los que acostumbran a usar pirotecnia hayan reflexionado y asumido un compromiso con las mascotas). Me pregunto cómo van a ser las cosas cuando yo tenga hijos, pero más aún, cómo voy a defenderlos de lo inevitable. En esta Navidad vi mucha gente hablando de cómo le gustan las fiestas y otros tantos de cómo los deprimen. Y entiendo ambas posturas. Los que todavía las disfrutan y su casa es una verdadera fiesta les pido por favor que lo valoren, que mimen a los que lo hacen posible también a lo largo del año. Al resto... traten de generar la fiesta ustedes, al menos pongan voluntad.


¡Hola, hola año nuevo, qué alegrón tenerte con nosotros!... y ¡A ver si en Julio podemos seguir diciendo lo mismo! ¿Estamos?

 En cuanto a año nuevo, las sátiras acerca de objetivos a cumplir abundan ya en las redes sociales. También abunda la gente que insulta años y le pide a los que vienen que sean mejores. En lo personal creo en eso de que el peor plan es no tener un plan. Pero también creo en que cada uno es el arquitecto de su vida, y que 27 de diciembre es igualmente bueno que 1 de enero para empezar a cambiar algo. Lo único que nos deseo es que si vamos a asumir objetivos tengamos también los pantalones para afrontar sus consecuencias. Y que el año traiga otras 365 oportunidades.

PD: Perdónenme el bajón. Felices fiestas.

2 comentarios:

  1. "y que 27 de diciembre es igualmente bueno que 1 de enero para empezar a cambiar algo." Me encantó.
    Siempre leo tu blog, y me encanta cómo escribis, pero esta entrada me hizo llorar, no sé porqué, quizá me hizo recordar algo de mi vida. ¡Feliz año nuevo :)!

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  2. Lloré. Te amo por siempre mejor amigo.

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