martes, 16 de diciembre de 2014

Tinteros borrachos de tinta que ordeño a diario

 ¿Habrá mayor descarga del alma que la que puede lograr el arte? No puedo hablar de pintura, de fotografía o de música, porque de eso no sé (mis intentos en este último fueron bastante pobres). Pero sé de la prosa, y lo que puede generar en uno querer ser parte de ese mundo.

 Sentís que sos el ser más desdichado, o el más feliz... el más despreciable o el héroe de la situación. En cualquier caso, la hoja te salva. Tus dedos empiezan a moverse casi por su cuenta dejando como rastro un código que solamente vos entendés a fondo. Porque cuando lo hacés de verdad "vil" y "malvado" no tienen nada que ver, "cortés" y "amable" no tienen relación. Podés ir pausadamente o completamente frenético, seducido por la idea de ser leído o con la intención de que tu texto jamás vea la luz. A veces te sentás con la intención de escribir y a veces la intención de escribir te saca de lo que sea que estés haciendo y te lleva a la silla. A veces, así y todo, las palabras pueden trabarse o empezar a amontonarse sin sentido, escribiendo cosas que ni imaginaste o que no te gustan nada. 


Sólo ante el papel puedo eliminar tensión, él me entiende y no me cobra 80 euros por sesión 

 ¿Por qué escribir? Creo que para toda expresión artística la respuesta es la misma: Porque no te queda otra. Porque tenés la necesidad que te nace de adentro de expresar tu visión de lo que pasa en tu mundo, independientemente de si va a ser percibido por alguien o no. Y en esta necesidad no te frena tu falta de talento o tu poca habilidad. De cualquier forma, hagas lo que hagas, nunca tu obra te va a gustar lo suficiente. Nunca va a ser lo suficientemente buena. Y te quedan dos opciones: frustrarte y dejarlo todo o trabajar esperando el milagro de que alguna vez seas bendecido como lo fueron los que muchos llaman "viejos maestros". 

 Alguna vez escuché que ninguna obra propia impresiona o siquiera conforma al artista por su buen gusto, el mismo buen gusto que lo llevó a amar el arte en sí mismo. Ese mismo buen gusto lleva a la búsqueda de la perfección y siempre encontramos el detalle que no nos gusta y podría estar mucho mejor, pero no encontramos la forma. Varios escritores recomiendan en este punto no pulir demasiado, dejar todo como está. Saben bien que no hay manera de autocomplacerse, y que uno puede escribir el mismo cuento toda la vida. Si se quiere publicar se tiene que dejar ir así, con sus imperfecciones.

 En el papel sos libre. En el papel todo puede terminar muy bien, muy mal o incluso puede no terminar nunca o dejar la duda de qué fue lo que realmente pasó. En el papel exagerás la tristeza de tu desdichado personaje para que la tuya se vea muy chiquita, o exagerás su alegría pensando en cómo te gustaría tenerla vos mismo, y te sentís un poco mejor -porque al menos él es feliz-. En el papel explicás como te sentís sin decir una sola palabra sobre vos mismo, incluso podés hacerlo sin describir cómo se siente absolutamente nadie. Una buena amiga me comentaba hace unos días que todas las historias románticas de Jane Austen terminan bien porque ella había tenido una historia de amor muy frustrada. Alguna vez leí "Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores." como consejo para jóvenes escritores... y no puedo dejar de notar cómo la comodidad arruina la creatividad. 

 Y realmente podría escribir -al menos eso siento- mucho más al respecto, pero al riesgo de no terminar jamás prefiero publicar hoy. En cualquier caso siempre voy a poder editar o hacer una segunda entrada al respecto. El tiempo dirá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario