lunes, 31 de agosto de 2015

Temiendo al fin, siempre temiendo

 Desde que nacemos tenemos una respuesta evolutiva a los peligros que se nos presentan, reales o imaginarios: el miedo. Digo evolutiva porque fue necesaria para la evolución de nuestra especie... podrá cualquiera pensar dos minutos lo rápido que terminaría una especie muy "temeraria". El miedo es necesario en muchos aspectos de la vida. Si no tuviéramos miedo a absolutamente nada seríamos imprudentes hasta lo absurdo y nuestra vida peligraría cada segundo, sobre todo si tenemos en cuenta que otra característica propia de nuestra especie es la curiosidad. Eso de "la curiosidad mató al gato" cobraría sentido. Pero, claro, no todos los miedos son racionales. Peor aún: no todos nuestros miedos son propios.

 A buen entendedor, pocas palabras. Dicho lo anterior, cada vez que se hable de "miedo" va a tratarse sólo de miedos "sociales". Es decir... todo eso que la sociedad en la que vivís te impone. Miedo a parecer idiota. Miedo a parecer puta. Miedo a parecer homosexual. Miedo a lo que los demás piensen de que seas idiota, puta u homosexual. Tres ejemplos de los cientos que puedan pasar por tu cabeza, o más aún, de los que puedan erizarte la nuca. Son todos miedos en los que el peligro radica pura y exclusivamente en lo que el otro va a interpretar y creer saber de vos y cómo va a actuar a partir de ello. Se basan en el juicio que los demás van a hacer de vos conociendo una porción. Se basan en los juicios que vos mismo hacés todos los días sobre los demás conociendo sólo una porción de su existencia.

 Esos miedos encierran todo lo que sos o podrías llegar a ser. Si los dejás, van a encadenar tu alma y tus piernas para que no avances un centímetro más. Van a nublarte la vista para que te sientas atacado y vulnerado por todos los frentes hasta que decidas esconderte en un rincón rogando que nadie te encuentre así, tan desprotegido. O peor: van a enfrentarte a todo lo que vos no creas correcto, todo lo que no juzgues adecuado. Con uñas y garras. Van a hacer que grites, patalees y golpees, pero nunca que debatas. Puede que hasta termines matando por miedo. Porque es absolutamente terrorífico el paisaje apocalíptico en el que tus verdades pueden cuestionarse.

 Lo bueno es que quien cuida tu celda sos vos. Vos tenés el poder de escupir en la cara de cada uno de los miedos. Del miedo nadie zafa... pero muchos lo superan. Se ponen por delante, se escapan. Todo lo grande que pueda esperarnos está fuera de lo que llaman "zona de confort". ¿Es linda? ¿Segura? Sí, muy. Muy vacía también. Pensá un segundo en todo lo que superaste, cada miedo y cada traba hasta ahora. Todo lo que conseguiste que no hubieras conseguido. Llegaste hasta acá, celebrá tu existencia. Venciste muchas cosas para ser quien sos hoy, y todavía estás en camino de quién podés ser. Y el miedo siempre va a estar ahí, gritándote en la oreja. Queda decidir qué tanto vas a escuchar.

 De mi vieja aprendí que lo contrario del amor no es el odio, sino el miedo: el amor te mueve y el miedo te frena. El amor hace que rompas las barreras que el miedo puso: te pone a prueba constantemente, te invita a ser mejor (y para eso, de forma indefectible hay que arriesgar). Además, analizándolo un poco más a fondo, amor y odio pueden ir de la mano y el odio a veces es sólo el hijo iracundo del miedo. Hay odios, como la xenofobia y la homofobia, que son hijos del miedo y la ignorancia. Y la cura es el conocimiento: aprender y leer, conocer lugares y gente. Salir de uno mismo da a veces menos miedo que entrar. Y ambos son necesarios. Después de todo... no hay nada más terrorífico que terminar pensando en todos los "¿Qué hubiera pasado si... ?".

martes, 25 de agosto de 2015

Soy sólo esto, barro nomás

 Hace algunas semanas tuve la suerte de poder entrevistar a Sebastián Rojas (productor del Maipo) acerca de su proyecto, Acá Estoy. Los resultados están en esta nota. No pude evitar que el proyecto me identifique y me llene de ganas de gritar también Acá Estoy. Principalmente porque creo que este espacio en sí se basa en decir “Acá estoy, estas son mis ideas”. Ya en el primer post hablé de mis ganas de compartir algunas cosas para las que Twitter me quedaba chico con sus 140 caracteres. Faltó agregar, en ese momento, que Facebook me resulta impersonal y masificado como para darle algo de identidad a lo que escribiera. No sé a quién pueda importarle una sola de las líneas –exceptuando a mis amigos, que al menos me leen por cariño-, pero francamente espero que a alguien le sirvan. Creo que ayuda preguntarse lo que acá contesto (¿Quién soy?, ¿Cuál es mi sueño?, ¿Cómo ves al mundo? y ¿Por qué gritás “Acá Estoy”?). Y por eso hago esto también, para invitarte a gritar conmigo Acá Estoy.

 ¿Quién soy? Me gustaría saberlo. Al menos saberlo en su totalidad, cosa que dudo que algún día pase. De todas formas, lo que sé de mí ya no entraría en las 600, 700, 800 o 1000 palabras que suelen tener mis posts. ¿Puede alguien ser definido? ¿Más aún, puede definirse alguien a sí mismo? ¿Bajo qué criterios? Son todas preguntas sin respuestas, pero que vale la pena hacerse. Puedo optar por hacer lo que el protagonista de Breve descripción de mi persona (canción del Cuarteto de Nos donde se le pide a un postulante una breve descripción personal debajo de la solicitud) y empezar a relatar datos aparentemente inconexos, mezclando la profundidad con la banalidad. Digo “aparentemente” por mi gusto por lo críptico, por lo que no se ve a simple vista sino que hay que entender que hay algo más allá. Soy un amante de la música, un junta-palabras (porque “escritor” me queda enorme), un periodista en proceso. Soy de los que intentan aplicar eso de “ser como te gustaría que fueran con vos”, aunque consciente de que no todos son así y muchas veces espero de más. Soy el que le pedís la mano y capaz te da el codo o capaz no te da bola. Según. Pero es raro que te dé sólo la mano. Soy el que, a pesar de que la RAE no lo recomienda, prefiere diferenciar “sólo” de “solo”. Soy el que era tímido y logró superarse. Soy el que se cayó y se levantó lleno de lastimaduras. Pero se levantó.

 Los sueños están directamente ligados a quiénes somos. Considero que es más fácil contestar uno teniendo bien claro el otro. Lamentablemente, no tengo claro ninguno de los dos. A nivel individual lo tengo más claro: mi sueño es ser artista. No importa el medio, porque el arte es algo que surge de adentro, importa el poder generar. Lo increíble, lo heroico, es generar en alguien lo que en mí generó Antoine de Saint-Exupéry, que todavía me abre la cabeza. Lo que en mí generó Alejandro Casona, que me llenó el alma de ganas de seguir leyendo. Lo que me generó Led Zeppelin, que me llevó a lugares de mi cabeza que no conocía. Lo que me generaron Szifrón, D’Elía,Peretti, Fiore y Seefeld o Bays, Thomas, Radnor, Segel, Hannigan, Smulders y Harris, que jugaron con mis emociones llevándome de la risa a conmoverme o sentir tensión. Aunque todas esas sensaciones en realidad se resumen en un cosquilleo en la panza que sube hasta el pecho. El día que pueda generar algo así voy a haber conocido eso que suele llamarse “éxito”. A nivel global… “paz mundial” me suena muy barato y trillado. Supongo que podría resumir mi sueño en lo que dijo mi héroe... que las personas se amen.

 Es difícil describir el mundo en el que vivimos. Creo que aplica un poco lo que dije sobre mí mismo: no alcanzarían caracteres para una descripción concreta ni un único enfoque posible. No obstante, vale soltar algunas ideas. Lo veo como el tiempo de las potencialidades: salvar al mundo en cualquiera de los niveles está más al alcance de lo que haya estado nunca. Hoy es posible educar, generar infraestructuras, alimentar a la población o mejorar el medio ambiente de formas con las que antes no contábamos. El problema lo veo en la gente. Los que tienen a mano las herramientas parecen no estar dispuestos a usarlas y los que parecen querer lograr un cambio no consideran tener las herramientas. Sin embargo, el acceso a la información con el que contamos ahora es una herramienta que ninguna otra generación tuvo hasta ahora y es lo que puede marcar la diferencia de forma definitiva y contundente. Es el momento de tomar conciencia. Un mundo mejor no es fácil, pero es posible.

 Yo grito Acá Estoy porque no me queda otra. Porque me sale de adentro, me quema la necesidad de hacerlo. Porque creo, como Ernesto Sábato, que una vida más humana está al alcance de nuestras manos. Porque somos considerados una generación estúpida por la generación que tanto daño le hizo al planeta, a la nación y a la sociedad en la que vivimos. Porque tenemos las chances que nadie tuvo antes que nosotros: un acceso a la información que hubieran envidiado todos los grandes científicos de la historia. Un chico de 10 años tiene la oportunidad de aprender el triple que en el colegio con un aparato que le entra entre los dedos. Porque no tolero que le hayan metido en la cabeza a tantas generaciones el odio a uno mismo, llevarlos al extremo de que perder un par de kilos importa muchísimo más que haber leído un par de libros. No tolero que nos quieran implantar la tristeza, y que nos quieran hacer creer que la felicidad está en el consumo y en el vacío de que nada ni nadie nos importe. Grito Acá Estoy para liberarme y ser parte de la libertad de otros, hacerme cargo. Porque creo que si todos demostramos que acá estamos, y estamos dispuestos a cambiar la realidad… la realidad va a ser otra. Hay esperanza. All will be well.

Sé de dónde vengo, sé dónde voy,
por eso sé dónde estoy, no me avergüenza lo que soy.
Sé cuál es mi lugar y a dónde pertenezco,
lo que no me corresponde y lo que merezco.
Soy sangre de mi sangre y soy mi costumbre,
soy mis hábitos y códigos, y mis incertidumbres.
Soy mis decisiones y mis elecciones,
soy mis acciones, solo y en la muchedumbre.
Soy mis creencias y mis carencias,
soy mi materia y mi esencia,
soy mi presencia y mi ausencia,
mi conciencia y mi apariencia.
Soy mi procedencia.
Soy mi herencia y mi experiencia,
soy mi pasado y mi vigencia.
Y esa vivencia es la referencia
que con otros me une y me diferencia.

martes, 18 de agosto de 2015

Poder decir adiós es crecer

 Creo que uno de los “clicks” más importantes del paso a la adolescencia es el descubrir que la vida no es pura alegría, felicidad y algodón de azúcar. De hecho toda la adolescencia se ve marcada con esto: primero una gran frustración al descubrir falibles a nuestros padres –que eran nuestros modelos- y al descubrirnos vulnerables a nosotros mismos. Después con esto viene la rebeldía, la resistencia a un mundo hostil e inseguro. Y es en la adolescencia, generalmente, cuando empezamos a tener decepciones con las personas. Descubrimos, también, que no sólo las demás personas no actúan como nosotros o como a nosotros nos gustaría, sino que algunos parecen empeñarse en hacer exactamente lo contrario a lo que nuestra moral nos indica. ¿Por maldad? No. Bueno, a priori la respuesta sería que no, que nadie se pondría a contrariarnos por mero gusto... aunque en realidad eso es algo que en lo que YO no gastaría mi tiempo. 

 ¿Hacemos bien en esperar algo del otro? Si. No. Tal vez, depende. Cuando uno entabla cualquier tipo de relación por elección -hablando de amistad y pareja, no de familia-, lo hace basándose en la confianza. Confianza en que no va a ser traicionado, confianza en que el otro no va a aprovechar nuestras confidencias para hacernos daño, confianza en que el otro va a apoyarnos, confianza en que el otro va a hacer cosas para vernos bien. ¿Está mal esperar eso? Depende. Partamos de una base: no se puede esperar de un burro más que una patada. Por otro lado, la gente es lo que es, independientemente de nosotros. Entonces, la otra persona puede actuar de forma distinta a la que yo querría, actuaría o incluso llegara a pensar. Eso no está mal: somos personas libres y cada uno hace lo que le viene en gana. Recordemos que nuestra Constitución nos permite hacer todo lo que la ley no prohíbe. ¿Tenemos que dejar, entonces, que nos pisoteen, que se caguen en nosotros y nos destrocen? No. Ahí entra en juego nuestra libertad: nosotros podemos elegir no soportar esas situaciones. 

 Por motivos prácticos suelo elegir ejemplos exagerados para explicarme. Persona X tiene una manía: habla de los defectos físicos de la gente que tiene alrededor. Él/ella argumenta -con razón, quizás- que él/ella es así, que es su forma de ser y no tiene por qué cambiarla, que nada le impide ser así. ¿Tenemos, entonces, la obligación de relacionarnos con él/ella? No, para nada, jamás. Nos relacionamos, al fin y al cabo, con gente que nos es afín. Y eso es bueno, porque potencia nuestras habilidades, nos relaja, nos cuida, nos hace más felices. Hace un tiempo pensé que, si hay alguien que elegiste que esté en tu vida, debería ayudarte a ser mejor persona. En cualquiera de los sentidos que ello implique. No porque alguien deba "sernos útil", sino porque si no es así, esa persona nos está sacando la energía, nos está lastimando. Y en base a eso me surgió, hace algunos años, lo que me gusta llamar "la Teoría de la Tostada". 

 La Teoría de la Tostada nació en un momento particular de mi vida. Fue un día de la madre, algunos años atrás, cuando yo decidí hacerle el desayuno a mi mamá y se me quemaron las tostadas. ¿Qué hace alguien que saca tarde del fuego unas tostadas? Las raspa, para sacarles lo quemado. En ese momento había una persona que, por distintos motivos, me había lastimado más de lo que me hubiera gustado. Y ahí entendí todo. El gusto a quemado es particularmente invasivo: si no raspás a conciencia la tostada corrés el riesgo de que lo que quede quemado arruine el gusto de toda la tostada. Comparé entonces a mi vida con un pan: lo había dejado mucho tiempo al fuego –dolor- y ya estaba quemado… y lo quemado tenía que rasparlo. Iba a doler, lo sabía… pero cualquier vestigio que dejase iba a arruinarme el sabor de cada momento. Hay gente que, queriendo o no, en nuestra vida hace demasiado daño. Y en algún momento, por amor propio, hay que decir “hasta acá” y frenar. Y a veces hay que eliminar todo tipo de relación y todo tipo de vestigio. Esto implica también dejar de hablar de esa persona: criticarla equivaldría a seguir masticando lo mismo. Entonces, aunque duela, hay que “raspar” a esa persona tanto como se pueda de nuestra existencia. Sacarla de nuestro sistema como si de una enfermedad se tratara. El resto… que el tiempo se encargue de curar. 

Soltar no es decir adiós, es decir gracias 

martes, 30 de junio de 2015

Vamos con paso firme, no nos quedamos

 Puede que alguna vez sientas que algo de lo que pasó no debería haber pasado. Pero el mundo sigue girando. Puede que alguna vez sientas que todo a tu alrededor se desmorona. Pero el mundo sigue girando. Puede que realmente sientas que todo terminó, que nada tiene sentido. Pero el mundo sigue girando. Y vos estás en él. Y estando en el baile... toca bailar.

 Podés intentar esquivar responsabilidades y hechos durante toda tu existencia, pero lo cierto es que eso sería morirse por dentro. No se puede vivir huyendo, no se puede ser cobarde siempre. Llega el momento, ese bendito o maldito momento de hacerse cargo de lo que no se eligió ni se tuvo participación. Tocó. Fortuitamente, de golpe. Ni lo esperabas ni lo generaste ni tenés la culpa. Pero la tenés que pagar igual. Podés frenarte a llorar por los rincones o podés hacer algo al respecto. Ojalá siempre elija lo segundo.

 Si algo aprendió mi viejo, que era de esos que les gusta tener todo bajo control, es que no podía controlar qué pasaba sin él. Lo aprendió al fin del camino, como no podía ser de otra forma, y quizás un poco tarde. Y el mundo siguió girando, y nosotros avanzamos. Así de complejo y así de simple. Quiero ser claro cuando sostengo que, sin duda, no hay otra opción posible. Quedarse en las lamentaciones y en autocompadecerse es lo más venenoso que puede haber para una persona.

 Siendo realistas, para la inmensa mayoría de la humanidad sos un número. Más aún, para las corporaciones sos un cliente. Y no sólo no les interesa que no prosperes ni avances, sino que les interesa que estés lo más hundido posible en la miseria. ¿Por qué? Porque el más miserable es el mejor cliente. Según Will Rogers (comediante norteamericano), "la publicidad es el arte de convencer a la gente para que gaste el dinero que no tiene en cosas que no necesita". Te convencen de que una gaseosa es lo que te va a hacer más feliz, que ese yogur te va a hacer más flaca (y que no ser flaca es ser infeliz) y que quererte más es sinónimo de comprarte esa crema tan cara. Y en realidad, quererte más es sinónimo de rebelión, de salir del barro donde les conviene que te mantengas hundido y les dés un puñetazo en la cara.

 Como diría Iorio… “ya sé, dirás ‘muy duro es avanzar’, mas quien avanza es el que existe”. No, no es fácil. Nadie dijo que lo sea, nadie dijo que tenga que serlo. Lo fácil es que la culpa de todos tus males la tengan tus papás, tus amigos, tus exs y las respectivas putas que parieron a cada uno. O, más fácil aún, la culpa es del destino. Culpa “del destino” es haber nacido negro en Alabama a principios del siglo XX, y así y todo muchos pusieron la cara frente a eso y lograron el cambio. Pudieron flaquear, pudieron dar marcha atrás, pudieron abandonar su lucha, pero no lo hicieron. No lo hicieron ni frente a lo irracional de los argumentos enemigos ni ante la ferocidad de sus garrotes. Y solamente dando un ejemplo de luchadores, que en la historia hay miles. La gran mayoría, en las peores condiciones posibles. Lo difícil es darse cuenta lo que es y no es culpa de uno, y enfrentarse a solucionar lo que no es culpa de uno también. Y al final podés llorar, gritar y patalear. Podés clamar a los cielos preguntando el por qué de tu infortunio o insultando por él. O podés levantar la cabeza y hacer algo al respecto. Lo único que te pido, en cualquiera de los dos casos, es que te hagas cargo de tu decisión.


Más allá de la noche que me cubre,
negra como el abismo insondable,
agradezco a los dioses, si existen,
por mi alma invicta.
Caído en las garras de la circunstancia
nadie me vio llorar ni pestañear
bajo los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el horror de la sombra,
la amenaza de los años me encuentra
y me encontrará sin miedo
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia.
Soy el amo de mi destino.
Soy el capitán de mi alma.

miércoles, 24 de junio de 2015

En un café se vieron por casualidad

 ¿Dónde estás? Geográfica y temporalmente… ¿Por qué acá y no en otro tiempo y espacio? ¿Por qué tus amigos son esos y no otros?

 Pensá un minuto en todo lo que tuvo que pasar para que estés ahí. Una mudanza, un cambio de colegio, un cambio de carrera, una enfermedad, un trabajo… todo eso pudo repercutir directamente en que tu historia hoy sea otra. Elegir un colegio, una universidad o que te hayan contratado en ese lugar hizo que conozcas a un determinado grupo de personas con las que te relacionaste cuya probabilidad de que conozcas de otra forma seguramente era muy baja. Más aún, cualquier actividad que hayas decidido realizar que incluya otras personas seguramente hizo que conozcas gente. Incluso el lugar donde vivís hace que te relaciones con determinadas personas. ¿Qué influencia tiene esto?

 Tus amigos, esos que saben todo de vos, salieron de ahí. Cualquier amigo que tengas “del colegio” está íntimamente relacionado con el hecho de haber ido a dicho colegio. Y así con todo. Y haber ido a ese colegio pudo ser el resultado estadístico más probable o una casualidad. El hecho de que te relaciones con unas personas y no con otras depende de decisiones que tomaron tus padres o tomaste vos basándote en mil vectores distintos. La cuestión es… ¿sos consciente de la cantidad de cosas que tuvieron que pasar para que seas la persona que sos?

 ¿Cómo se conocieron tus viejos? ¿Tus abuelos? ¿Tus bisabuelos? Según los datos de mi blog, 75% de las veces que pasaron por acá fueron desde Argentina. Los argentinos somos en un 51% descendientes de italianos solamente. Nuestros antepasados vinieron al país escapando de la guerra… por lo cual sin guerra no hubiéramos nacido. A eso van mis primeras preguntas… ¿qué tantas cosas ajenas a la decisión de nuestros antepasados interfirieron directamente sobre nuestra propia existencia? Si mañana te casaras con tu pareja actual o cualquier persona que ya conocés de cualquier ámbito, ¿qué tanto tuvo que ver la casualidad con que se hayan conocido?

 Cualquier vínculo que tengas no solamente tiene que ver con el hecho estadísticamente improbable de que hayas nacido (estadísticamente improbable por la acumulación de casualidades que tuvo que haber para que se conozcan y tengan hijos todos tus antepasados) y que hayas estado exactamente en ese lugar y tiempo en el mismo lugar que esa otra persona. También depende de que esa serie de casualidades se hayan acumulado para que la otra persona coincida con vos en ese lugar y momento y la última casualidad que haya hecho que establezcan una primera conversación. Esto se potencia muchísimo si no se trata de algo común como alguien que conociste en el colegio, sino que se trata de alguien que conociste en una parada de colectivo o en una fiesta. Estuviste exactamente ahí y pudiste no haber estado por cientos de buenos motivos.

 O quizás… quizás estoy desvariando. Quizás es cierto eso del hilo rojo, y que estamos destinados a encontrarnos. Me parecen igualmente románticas ambas ideas. Quizás somos el resultado matemático de una infinidad de coincidencias de todo tipo, la respuesta estadística improbable y única entre millones. Quizás somos héroes trágicos, e incluso cuando pretendemos alejarnos del destino que nos es propio nos enfrentamos a él cara a cara. Quizás con esto se piense en un mundo rosado donde el amor une como una telaraña a las personas… pero no es mi visión. Estando destinados a encontrarnos o siendo casualidad, también nos encontramos con gente que nos lastime y nos agobia. Sin embargo… tal vez todos esos hilos (o esas casualidades) nos lleven irremediablemente a la encrucijada de crecer o perecer.

Y debo decir que confío plenamente en la casualidad de haberte conocido. (...) Que no fuiste el amor de mi vida, ni de mis días, ni de mi momento. Pero que te quise, y que te quiero, aunque estemos destinados a no ser.

miércoles, 17 de junio de 2015

Recuerdo que juntos pasamos muy duros momentos

 Amigo... qué palabra. En línea general detesto pronunciarla. Supongo que porque en lo referente a las relaciones hace algunos años siento aversión por los títulos. "Amigo", "mejor amigo", etc. También me pasa con los títulos en la pareja, pero creo que de eso voy a hablar en otro momento.

 ¿Qué es un amigo? Es una pregunta de mierda, porque nadie puede sacar el diccionario del bolsillo (o de la biblioteca) y decir "es esto, esto y esto". A lo sumo podemos acercarnos a una definición pensando en qué tienen en común todas esas personas a las que consideramos amigos. Esa gente que nos es "afín", que sentimos que podemos compartir determinadas cosas.

 Cuando éramos chicos, cualquiera con el que pudiéramos jugar un rato era nuestro amigo: ahí estaba toda la coincidencia que necesitábamos, satisfacía nuestras necesidades. A medida que fuimos creciendo empezamos a escuchar de los grandes eso de que "amigos se cuentan con los dedos de una mano". Probablemente no lo entendimos, porque cualquiera podía ser nuestro amigo, aunque diferenciábamos una relación más cercana con uno o dos, a ese le decíamos "mejor amigo". Hay gente que conserva el mismo desde los 2 años y gente que lo pierde por un motivo u otro, o que gana un hermano de la noche a la mañana por un evento fortuito. Socialmente parece que los años pesaran bastante, ya que también se escucha que "las amistades se construyen con los años". En lo personal creo que en lo referente a las relaciones humanas vale poco el tiempo en relación a las experiencias: una experiencia lo suficientemente fuerte acompañado puede pesar mucho más que años de tibias trivialidades compartidas. Un gesto sincero puede pesar más que unas cuantas bromas durante meses.

 La amistad, como toda relación, creo que se basa en la confianza. ¿Qué clase de amigo es ese en el que no podés confiar? ¿Qué clase de amigo es alguien con quien no podés darte la libertad de ser vos mismo? Si no se confía nada se puede construir, porque no vale la pena construir nada; todo tiene la estabilidad de un castillo de naipes, ante cualquier dificultad por mínima que sea todo se vendría abajo. Será por eso que hay “códigos” establecidos. Mi viejo decía “códigos tienen los mafiosos, los decentes tienen valores”. Algo de razón tendría, porque en esta sociedad que dejó los valores guardados en la guantera solamente de códigos se habla.

 ¿Por qué códigos? Quizás porque en la postmodernidad en la que vivimos, donde todo parece superficial y vago, parecemos no notar qué es lo que puede molestar al otro. Hay cosas que uno creería que no merecen ser aclaradas, pero las pruebas empíricas demuestran lo contrario. Los hombres ya no tienen honor ni palabra, o al menos uno nunca puede fiarse de eso (o quizás soy yo el desconfiado al que le cagaron la cabeza). Los códigos a los que aludimos de forma mecánica tienen que ver con las cosas que pensamos o sabemos que pueden molestar a ese amigo. Amigo al que se supone que queremos, y que no queremos ni molestar ni lastimar.

 Sin embargo, (y tratando de sacudirle la tristeza a mis párrafos) hay quienes no necesitan ni códigos ni aclaraciones, que comparten nuestra felicidad y nuestra angustia con la misma fidelidad. Hay quienes con pocas palabras o con ninguna, con señales de humo o con el mínimo gesto están ahí y entienden qué nos pasa. Hay quienes, aún desde su imposibilidad de sostenerse a sí mismos, prestan el hombro para sostenerlo a uno. Hay quienes realmente sufren cuando no encuentran la forma de calmar nuestro dolor. Quizás se trate un poco de todo eso, quizás sea algo mucho más profundo. En cualquier caso, agradezco que estén ahí.


Es bueno haber tenido un amigo, aún si vamos a morir.

martes, 26 de mayo de 2015

El maldito amor que tanto miedo da

 Sería difícil incluso calcular cuántas veces pude haber oído o leído que el amor nos hace idiotas, que el hecho de enamorarse hace que nos pongamos tontos. Yo no sé si nos hace idiotas o no, pero, al menos al principio, nos hace mentirosos. No de forma consciente (la mayor parte del tiempo) pero sí sistemática, no sólo a la persona que nos atrae sino también al resto, y hasta a nosotros mismos.

 Conocemos a alguien (o al menos eso creemos) que de pronto, por un motivo u otro, llama nuestra atención. Destaca entre el resto por tener esas características que tanto nos gustan, que tanto nos conmueven, que tanto nos atrapan. Características que no son tan comunes de ver en conjunto (o viviríamos enamorados de todo lo que se mueve). Averiguamos lo que podemos sobre los gustos de esa persona para descubrir que tenemos muchas cosas en común o bien que no son tantas. Esto es en gran medida indistinto, puesto que nuestra psicología muchas veces anula el pensamiento emergente de “no es para vos” porque, nos guste reconocerlo o no, enamorarse o al menos “engancharse” es un sentimiento agradable.

 Comienza una carrera entonces para intentar generar en esa persona lo que nos generó a nosotros. Y ahí es donde empiezan las mentiras exactamente (hacia el resto, porque hacia uno ya empezaron hace rato). En ese momento alterás de forma consciente o inconsciente tu forma de actuar, de hablar y de ser con respecto a esa persona. Incluso te mentís de nuevo pensando que no tiene relación una cosa con la otra, y que te hubieras comportado de la misma forma si no te gustara. Tirás por la ventana todas las veces que dijiste a tus amigos que tenían que ser ellos mismos, porque vos dejás de serlo. Empezás a hacer todo en función de seducir a la persona que te llamó tanto la atención.

 Somos contradictorios: por un lado pretendemos que nos quieran como somos, sentirnos apreciados en nuestras virtudes y defectos, sentirnos libres de ser nosotros mismos y por el otro pretendemos ser alguien más para agradarle a otra persona. Persona que a su vez ansiamos querer también con sus virtudes y defectos, y que queremos que con nosotros se sienta libre de ser exactamente quien quiere ser. Porque si el amor existe está ahí, en la libertad de ser débiles y la confianza de que el otro no se aproveche de esa debilidad. Entonces… ¿por qué tanto miedo? ¿Por qué pensamos que esa persona que tenemos enfrente debe ser la indicada si no pensamos que pueda querernos con nuestros ángeles y nuestros demonios?

 A todo esto sumémosle el cóctel de nuestros traumas. Esas relaciones pasadas que no funcionaron por distintos motivos. Algunos muy puntuales y otros bastante comunes. Algunos de los que aprendimos y otros que quizás después de un tiempo todavía no entendimos bien qué pasó. Esto, independientemente de que a veces nos pone tristes, también contribuye a la serie de miedos que te afectan cuando querés impresionar a la otra persona. La propia inseguridad que hace querer aparentar ser alguien “más perfecto” es la misma que nos perturba cada vez que algo no sale como esperamos. Y la que posteriormente se transforma en celos. Pero no te engañes, los celos no son culpa de lo que hace la otra persona, son culpa de tu inseguridad. Se supone que, como mínimo, si querés a alguien confiás. Si no confiás… si no podés confiar… ¿qué sentido tiene? ¿Qué amor hay ahí? Amor no es poseer, como si de un muñeco se tratara. Lo peor es la profecía autocumplida: esa misma inseguridad de pensar que la relación se va a acabar por un motivo hace que se derrumbe como un castillo de naipes por otro. Si no podés confiar en que la persona que tenés al lado se va a quedar aunque pestañees un segundo… ¿cuánto amor confiás que tiene? ¿Está con vos porque vos te ocupás de retener en vez de estar por propia voluntad?

 Animarse a amar, e incluso a querer, es animarse a darle a alguien más la posibilidad de que te rompa. Y lo sabés bien, porque más de una vez terminaste roto. Pero lo volvés a intentar, nuevamente… con la esperanza de que alguna vez valga la pena (o más bien valga la alegría).


Don't be afraid, it's only love. Love is simple.

jueves, 14 de mayo de 2015

Estuve ciego, sordo, mudo y tan lejos de la verdad

 Siempre pensé que pretender que una persona de 17 o 18 años sepa a qué se quiere dedicar durante los siguientes 40 años corresponde a un pensamiento un poco psicópata. No sólo estamos hablando de personas que no alcanzaron la adultez, sino de personas que un año atrás les costó decidir entre una empresa de viajes y otra y entre boliches para su fiesta de egresados. Y eso no está mal. Pero ¿por qué alguien que conoce apenas las materias del secundario y el relato de algunos profesionales sabría cuál es su vocación?

 Siempre uno de mis mayores miedos fue llegar a los 60 con la certeza de que mi vida laboral fue una mierda, algo que no disfruté nunca, independientemente del éxito (o no éxito) monetario. Ahora los profesores (algunos al menos) dedican horas de sus clases a la casándrica* tarea de decirle a sus alumnos que pueden equivocarse al elegir la carrera y después corregirse, o que no tienen que elegir pensando en plata. Los alumnos, como los perritos que están en algunos autos, agitan la cabeza de forma autómata, pero los miedos siguen ahí. Que si esto está bueno, que si convence a mis viejos, que si me va a dar de comer.

 Lo bueno es que en muchos casos la experiencia te convence de que tenían razón. En algún momento te cae la ficha de que laburar en un cubículo de 2x2 en algo que odiás para ganar plata con la que sobrevivir un mes más en el que vas a seguir laburando en algo que odiás es bastante irracional. Y en algún otro te cae la ficha de que el planeta no se detuvo por ningún recursante ni por ninguno de 20, 25 o 30 que empieza una carrera. De hecho al mundo le chupa un sobrado huevo. Lo peor que te puede pasar al respecto es que a tu alrededor sean todos pendejos que, recién salidos del secundario (o casi) ponen a prueba tu paciencia todo el tiempo. En ese caso, buena suerte.

 Por otro lado están tus viejos, a los que se puede separar fácilmente en dos categorías: los que te apoyan en lo que se te ocurra que quieras estudiar y los que te dicen “esto no”. Claramente en una división así de arbitraria caben tantos grises como padres, pero a efectos prácticos me viene bien. El primer grupo no merece mucho análisis ni produce (en general) muchas dificultades al casi-adulto. El segundo… es complicado. Obviando el extremo de “vas a estudiar lo mismo que yo” (caso en el que te recomendaría mudarte) suelen hablar de “carreras serias” y plata. A riesgo de ser una mala influencia para mi eventual lector, voy a darte un consejo que a mí me hubiera sido útil: no los escuches. ¿Por qué? Mirá a la mayoría de las personas de entre 40 y 60 años… ¿se ven felices? Muchos de ellos son los que nos gobiernan… ¿confiás en ellos? Son una generación frustrada, que en muchos casos estudiaron (si pudieron hacerlo) lo que estudió papá o lo que papá y mamá quisieron que estudien. Incluso obviando todo esto hay un hecho ineludible: lo que elijas lo vas a estudiar y laburar vos, no ellos. Vos vas a dedicar las próximas cuatro décadas de tu vida a lo que sea que elijas. Ojo, no lo hacen “de malos”, quieren tu bien. Piensan realmente que eso es lo que corresponde, lo que está bien, las “carreras serias” y la plata segura. No quieren que te cagues de hambre porque te quieren, y eso está bien. Simplemente el mundo dio varias vueltas y el paradigma (gracias a Dios) cambió bastante.

 En lo referente al trabajo, no lo hagas por plata si no la necesitás (si no la necesitás para comer, no para comprarte todo el local de Kevingston). Conviene siempre trabajar en algo en lo que puedas aprender más que en algo en lo que te paguen muy bien. Aprovechá mientras no te tengas que mantener (si tenés esa suerte) y buscá un laburo que tenga que ver con lo que querés ser en la vida. Salvo que tu meta en la vida sea ser dueño de una cadena de comida rápida, laburar en ese rubro lo único que va a darte es plata. Decime hippie si querés, pero no creo que tardes mucho en darte cuenta de que podés hacer cosas mejores con ese tiempo.

 Siempre pensé que la vocación tiene que ver con la misión que uno tiene, el motivo por el que estamos acá. ¿Qué te motiva? ¿Qué te hace único? ¿Qué te apasiona? Si la vocación que elegiste no te ayuda directamente a cumplir tu mayor sueño… ¿qué clase de vocación es? Si el trabajo que estás haciendo no te hace crecer como profesional ni como ser humano ni te acerca a la persona que querés ser ¿por qué lo hacés? ¿Realmente estás dispuesto a sacrificar tus horas de vida en un trabajo para que te den un sueldo con el cual sobrevivir un mes más… odiándote? ¿No tenés los pantalones para arriesgarte a ser feliz?

 Yo egresé en el 2012 con la idea frustrada de ser locutor (frustrada por algún profesor, algunos amigos y los médicos que postergaron una operación que me permitiera respirar mejor) y con la idea de que ser ingeniero era algo que me iba a gustar (porque siempre fui bueno con los números) y me iba a dar una salida laboral segura (porque hay pocos). Pasé el ingreso de la UTN con bastante facilidad y entré en Ingeniería Mecánica. El primer año normal, metí 5 de 8 materias y ya algo me decía que no era para mí. Empecé el segundo año y antes de llegar a la mitad estaba convencido. Fui a un psicólogo en busca de orientación vocacional… y entre varias características descubrí que el periodismo podía ser lo que buscaba. Empecé este año… y me encanta. Realmente creo que puede ser mi profesión, disfruto haciendo cada trabajo. Me publicaron dos notas: Flor de reclamo ( http://www.diariopublicable.com/s…/3639-flor-de-reclamo.html) y "El FpV se está disolviendo en sus propias internas" (http://www.diariopublicable.com/politica/3629-el-fpv-se-esta-disolviendo-en-sus-propias-internas.html), ambas con experiencias increíbles de por medio. Y lo llamativo del asunto es que no podría haber estudiado periodismo apenas salí del secundario, porque era otra persona. Tenía una personalidad distinta. Tenía que equivocarme previamente para tener ese tiempo de madurar algunos aspectos que ahora me hacen la diferencia a la hora de enfrentarme a distintas cosas. No siento haber perdido el tiempo. Lo hubiera perdido de seguir estudiando ingeniería para vivir una vida de hacer algo que no disfruto. En cierta medida salvé mi vida (dándome la oportunidad de que valga la pena).

Serás lo que debas ser, o no serás nada

*Casandra fue sacerdotisa de Apolo, con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, lo traicionó y Apolo la maldijo: seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos. Tiempo después, ante su anuncio repetido de la inminente caída de Troya, ningún ciudadano dio crédito a sus vaticinios.
Perdón pero el término encajaba tan bien que una vez que se me ocurrió no pude sustituirlo.

jueves, 30 de abril de 2015

Señor, no vaya a confundir la soberbia con la autoestima

 Es difícil hacer algo lo suficientemente bien y no creérsela ni un poco. Puede negarlo cualquiera, pero francamente no le creería. Principalmente porque en esencia no me parece mal, es esperable. Tampoco le creo demasiado al que dice que no le importa nada la mirada del otro. Lejos de parecerme una actitud determinada y madura, me parece de lo más infantil, porque solamente en el otro podemos notar que nos estamos equivocando o que estamos haciendo las cosas bien. Nuestra opinión es la más subjetiva siempre. Maduro me parece hacerle a las opiniones ajenas un merecido análisis para poder sacar lo valioso, lo que realmente ayude a crecer.

 Y entre que te salgan las cosas bien y la mirada ajena, siempre aparece la palabra "figurar". "Este busca figurar", "Este busca fama", "Este quiere que lo miren". ¿Lo correcto entonces sería hacer las cosas mal? "No, lo correcto es no demostrarlo". Quiero ver cómo hacen para hacer cosas que solamente se pueden hacer bien en público (dar el asiento, por ejemplo) o saber si evitan hacer cosas buenas cuando hay alguien delante. ¿Suena un poco tonto, no? Sin embargo nos manejamos así. Creemos que el que hace algo bien, por hacerlo notorio, es malo. Asumimos que su motivación es mala.

 Incluso la religión cristiana inculca "que tu mano derecha no se entere de lo que hace tu mano izquierda". Entiendo perfectamente el sentido porque, en los versículos alrededor, queda muy claro: no es necesario hacer espamento cada vez que cumplís con la ley. La cuestión es que, por un motivo u otro, la gente a la que admiramos en muchos casos es famosa, se hizo famosa por sus actos. Se hizo admirable. Imaginen si Martin Luther King Jr. hubiera pensado "No debería encabezar esto, la gente va a pensar que solamente busco fama". ¿Sigue sonando estúpido? Lo es. Es ridículo que pensemos que la motivación de alguien para todo es llamar la atención. Es subestimar de forma horrible a un ser humano. 

 Pasa todos los días. Cualquier persona famosa que hace algo bueno de forma pública se lo acusa de careta, de querer publicidad. No obstante al ser algo público inspira. Despierta. Nos hace ver que un cambio es posible. Muchas veces nos invita a participar, a hacernos parte. Si alguien reconocido muestra que hace casas para la gente sin techo puede que algunas personas lo vean y piensen "yo también podría hacerlo". Me acuerdo una situación puntual: Escuchando Perros de la Calle un día llamó a la radio alguien de un lugar de residencia contando que el techo de una habitación común (supongamos que el comedor) del lugar (donde vivía mucha gente) se había caído y no podían seguir así. Andy Kusnetzoff se comunicó con una empresa proveedora de materiales de construcción y el dueño (o responsable o encargado, no aplica) simplemente dijo “decime qué necesitás y adónde lo mando”. Sencillo, simple. Van a decirme (y con razón) que con esto se hizo publicidad. Sí, sin duda, pero las cosas llegaron, el problema se resolvió. Es un trato ganar-ganar, y no por ello hay que verlo meramente como publicidad.

 Pero el que nada hace ni nada quiere hacer solamente ve negro. No hace ni pretende dejar que los demás hagan, para no ser puesto en evidencia. Si él hace se nota que yo no hago, entonces mejor que no haga. O mejor aún, manchar lo que hace con una motivación egoísta para dejarlo además mal parado. Y la comodidad se perpetra.

 Hay quienes rehúyen del protagonismo toda la vida, y me parece bien. Hay quienes lo buscan todo el tiempo, y no necesariamente me parece mal. "Ser conocido por trabajo es lo que todos anhelamos, pero la exageración al reconocimiento público tiene más sinsabores que cosas agradables. ¡Vos no podes querer ser famoso! ¡Es como querer ser pelotudo!" dijo Ricardo Darín, seguramente con mucha razón. En una conferencia de prensa con Esteban Lamothe (actor que hace de Alejo en la película Abzurdah) nos contaba que la gente le decía genio hasta que se negaba a sacarse fotos (por motivos muy válidos, como estar tratando de cuidar a su hijo y pasar un rato con él), cuando pasaba a ser un pelotudo engreído. El reconocimiento forma parte de la realización personal, pero la exageración es peligrosa, te expone, te quita humanidad. Parafraseando a Robert Plant, diría que ninguna conversación sobre reconocimiento y una buena acción tiene sentido. Lo hacés y punto, no importa por qué. El mundo no gira por intenciones, y sabe Dios que yo no soy quién para juzgarlas.


La soberbia mira desde más arriba y no llora penas ajenas, en cambio el autoestima se transmite y contagia a cualquier persona buena.

lunes, 27 de abril de 2015

Una amiga me recordó: Lo que hacés lo pagarás

 Está hecho. No tiene vuelta atrás. En parte, sabés que es mejor así. Diste el paso y las consecuencias parecen venir en avalancha. La mayoría las viste venir, pero algunas ni las sospechaste. Para el caso es igual, porque hay que hacerles frente de todas formas. De eso se trata, de ponerle el pecho. 

 A veces toca dar el salto. Llega el punto exacto donde no podés evaluar más posibilidades, no podés tener en cuenta más escenarios, no podés seguir pensando en todo lo que podría o no pasar. Todas esas cosas que te queman la cabeza las tenés que dejar a un costado para avanzar. Y en realidad el momento en el que esto pasa es porque ya no importan las posibilidades, ya no importan los escenarios, ya no importa lo que podría pasar. Lo que te carcome por dentro es mucho más grande y mucho más fuerte que todo eso. No podés seguir así. Llega ese instante en el que o se hace algo o se explota, donde se habla o se calla para siempre. Donde se decide de una vez y para siempre, porque las consecuencias van a cambiar el rumbo de forma definitiva y va a haber algo que ya no va a volver a ser de la misma forma nunca más. 

 Esos momentos los comparo con el momento en el que te ponen los arneses en la montaña rusa. Hiciste una fila de quince minutos, de media hora o de dos y ahí estás, preparado para un viaje que va a inyectar en tu cerebro una dosis soberbia de adrenalina. Y vos sabés que va a ser así y la tensión aumenta antes de que empiece, ya en el momento en el que te sentás. Venís jugadísimo. Es como cuando te subiste al trampolín… no vas a volver a bajar por la escalera que subiste. Esa tensión genera una impaciencia monstruosa, al punto que es preferible terminar con ella avanzando que seguir sufriéndola. Y esperar la reacción que a esa acción sucede. 

 Creo que lo más gratificante de eso es la libertad del instante entre que la tensión de avanzar termina y las consecuencias llegan. Cuando escuchás que los carritos de la montaña rusa empiezan a andar. Ese momento exacto en el que el miedo quedó pintado ante nuestro ataque de valentía y nos entregamos no con resignación sino abrazando lo que pueda llegar. Y solamente podemos hacerlo porque antes soltamos, antes decidimos que la carga era más de la que podíamos seguir sosteniendo. El miedo, la resignación y las ideas que te consumen la cabeza quedaron atrás. Así tenía que ser.

 Siempre estuve en contra de pensar que el fin justifica los medios porque me parece una idea cobarde. Es el ímpetu de no hacerse cargo de los medios utilizados solamente porque consideramos que el fin fue justo. Ya con eso basta para lavarse las manos. En cambio creo que si elegimos un medio tiene que convencernos y tenemos que poder defenderlo. Y, si fue equivocado, asumirlo. Asumir la reacción que nuestra acción provocó. Pero a diferencia de la física, en la vida la reacción no suele ser equivalente y casi nunca es sólo en sentido inverso. Por el contrario, las reacciones o son menores o son exponencialmente mayores y se disparan hacia todos lados. Tus acciones pueden tener repercusiones que no solamente te afecten a vos, sino también a muchas otras personas. Te conviene estar de acuerdo con ellas.

martes, 14 de abril de 2015

Pierdo la vida en una vuelta de ruleta, pierdo la bocha por hacer una de más

 Maldita o bendita costumbre la de siempre apostar una vez más. Bueno, en términos prácticos suena siempre a pérdida insensata, a que se pierde la casa y el auto. Y de hecho muchas veces pasa, muchas veces en vez de gambeteada maestra, de esas que el público recuerda por años, es solamente una de más y el público abuchea y te trata de morfón. Y al igual que en el fútbol, tu público -empezando por vos- es resultadista. Si sale bien sos un maestro, lo bien que hiciste en seguirla porque ibas a demostrar maestría. Si sale mal sos un muerto, te tendrías que haber dado cuenta de que tenías que soltar la pelota antes y tenías más chances.

 Lo bueno es que en la vida la mayoría de las apuestas son equivalentes a usar dinero ficticio. Probás y te tirás a perder todas las fichas que te consumieron más tiempo que plata real. Sí, realmente conseguir una buena cantidad de fichas tiende a consumir mucho tiempo independientemente de si son pagas o no. Lo bueno es que estas apuestas siempre cuentan con un premio consuelo que llaman experiencia. En palabras del Ringo Bonavena, "un peine que te dan cuando te quedaste pelado". Algo de razón lleva, pero puede pasar que te compres una peluca o que veas a alguno que todavía anda con pelo, y alguien lo pueda usar. 

 Y en eso sí que somos expertos, en ignorar la experiencia ajena. Alguien ya se partió la cabeza contra esa pared y vos la mirás y decís “no, pero mi cabeza es más dura”. Un par de puntos y un chichón importante más tarde te das cuenta de que te convendría haber hecho caso. Mi viejo decía “mirá los errores ajenos, que no vas a tener tiempo de cometerlos a todos” en un intento para que yo evite al menos sus equivocaciones. Sin embargo el hecho de cometer los propios errores tiene su magia y su gusto, el aprendizaje es distinto. El problema es que el aprendizaje en esencia sirve para enfrentarse a situaciones del futuro, porque el pasado no se puede cambiar. Si aprendés algo que te costó  lo que ya no vas a recuperar o sobre lo que no vas a volver a enfrentar, de poco te sirve a vos. Capaz es eso lo que nos falta evaluar a la hora de querer cometer nuestros propios errores.

 Lamentablemente tampoco puedo dejar de pensar… ¿Y si es otra pared? ¿Y si me pongo un casco? ¿La varianza va a estar de mi lado? Vivir es arriesgarse constantemente, “el que no arriesga no gana” y si nada pretendés ganar… ¿Qué estás haciendo? Demasiada seguridad anula. Muchos de los grandes inventos de la historia fueron de gente completamente osada. Y muchas de las grandes historias también nacieron de gente osada. Gente que arriesgó su patrimonio, su trabajo e incluso su propia vida. Algunos hasta perdieron todo eso y aún consiguieron el objetivo colectivo. Algunos se perdieron en la historia, y otros la escribieron. Pero sin duda pocos quisieron ser recordados como gente pasiva o cobarde, porque la historia contra ellos no tiene clemencia. 

 ¿Entonces todo es apostar sin fijarse las consecuencias? Yo creo que no. Hablando de póker uno calcula las posibilidades que tiene de ganar a través de un método matemático, y en eso basa su jugada. Eso hace que sea más o menos seguro, pero lo cierto que es que en el momento de la verdad la varianza es la que actúa. Con un porcentaje apenas mayor al 1% se puede ganar y con uno cercano al 90% se puede perder. Y quizás ni siquiera se trate de eso, sino de qué hacer una vez que se hizo all in e incluso con las posibilidades a nuestro favor se falla. Entonces recuerdo a Rudyard Kipling en un poema que alguna vez me llevó a las lágrimas: “Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta, y perder, y comenzar de nuevo por el principio, tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, y lo que es más, serás un hombre, ¡hijo mío!”

No sé si nací para correr, pero quizás nací para apostar

domingo, 22 de marzo de 2015

Como juzgar al sol por salir de día

 Hoy escribo movido por la indignación. Me cuesta creer que todavía en el 2015 estas cosas sigan pasando, pero más aún, me cuesta creer que pasan porque hay toda una sociedad atrás que lo avala. Daiana García murió hace apenas unos días y las redes sociales se plagan por igual de indignación y de comentarios sacados de la época de las cavernas.

 Una chica de 19 años fue a buscar trabajo y no volvió a aparecer. Eso fue lo primero que me enteré, y sufrí un poco en silencio porque sabía que no iba a volver. Porque sabía que era un método efectivo de secuestro la simulación de una entrevista laboral. De todas formas apoyé la búsqueda desde mi humilde (y un poco inútil) lugar. Algunas horas más tarde aparecería muerta.

 Cuando vi que había sido encontrada semidesnuda y muerta un escalofrío me recorrió la espalda. Una chica de 19 años de Paternal. Como fue ella podría haber sido una amiga mía, una compañera de curso, la novia de un amigo. En otras palabras, el hecho de que no esté llorando ahora mismo es porque, por algún motivo, no me tocó tan de cerca. Pero por casualidad.

 Es indignante y duele que pasen estas cosas. Pero duele todavía más tener una sociedad de fondo que hace de la víctima un culpable. "Estamos en una sociedad que como te ven, te tratan" leí hace muy poco, de alguien que después pretende argumentar sobre la forma de vestir con la que fue a buscar el trabajo. Me pregunto cómo llegamos al punto donde el foco lo corremos hacia la culpa que pueda tener la mujer. A esto le encuentro 2 explicaciones posibles:
  • La primera es el miedo, y es la única que entiendo un poquito, y en vez de tanta bronca me genera lástima. Haciendo de la mujer que fue víctima una culpable, desentenderse es fácil. Es más sencillo decir "a mí no me va a pasar" si ella "se lo buscó" porque "yo no me lo busco/mis cercanos no se la buscan". Entonces todo me toca de lejos, nada me llega a afectar. Si ese es tu caso, pobre ingenuo, abrí los ojos, que si no te pasó fue prácticamente una cuestión de suerte. Dejá de echar culpas y ayudá a que esto deje de pasar.
  • La segunda es que simplemente se trate de un hijo de puta hecho y derecho. Hacer de la víctima un culpable es un arma de manipulación masiva y peligrosa. Y por no caer en la ley de Godwin*, voy a hablar de nuestro país: en Argentina hay quienes todavía creen que todos los desaparecidos algo habrán hecho. Esa chica algo habrá hecho, habrá vestido provocativamente. Vestir provocativamente es un manifiesto deseo de no querer ser respetada, por el contrario, es desear ser violada y asesinada. El delito deja de ser la violación, el delito deja de ser que una manga de hijos de puta -porque otra clasificación no cabe- secuestren minas para prostituirlas. El delito es vestir provocativamente. Entonces la mujer es culpable, y el violador un justiciero. Es el mismo pensamiento que justifica el gatillo fácil.
 Escribí este post unos días antes de poderlo publicar (por motivos personales). Hoy se sospecha de que fue un amante quien la mató, y parece que todos están más tranquilos. Por otro lado están enjuiciando a Mangieri. Ruego que realmente sean dichos los culpables, porque sino es todo más grave. Si son tan solo chivos expiatorios entonces es peor. Porque gustan, porque convencen de que "a vos no te puede pasar" y la gente sigue viviendo en su burbuja. "Fue mala suerte, justo le toco ese portero. Mi portero por suerte es de confianza" "Ella se lo buscó por salir con alguien así, yo me fijo bien con quién salgo". Pero hubo chicas que, en este lapso, siguieron desapareciendo. Al menos me enteré de 4 en la semana. Abramos los ojos.

 Así que vos dejá de insultar tratando de puta. Dejá de decir "se saca esas fotos y después quiere que la respeten". Dejá de pensar que no te podría pasar. Dejá de ser cómplice, de quedarte callado cuando hacen comentarios del siglo XV. Dejá de insinuar que ella puede tener la culpa. Vos, feminista, deja de apelar a revanchismos baratos (los he visto hasta gramaticales) y no distraigas tu lucha, movete por un cambio real y tangible (ninguna mujer dejó de ser ultrajada por decir "todos y todas"). Y vos, varón, no consumas prostitución. ¿Por qué? Simple: porque la mujer que te estás cogiendo podría ser una mujer secuestrada. Podría ser tu prima, tu amiga, tu hermana o la que te parió.

Say no more.

*La ley de Godwin establece que "A medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno". Sé que este post no es una discusión, pero igual aplica.

lunes, 16 de marzo de 2015

Te fuiste tan de a poco que nunca dijiste adiós

Crónica de un velatorio

Mi papá (o mejor dicho, lo que queda de él) yace en la habitación contigua. Ojeo el reloj de mi celular nuevamente y reconfirmo que esto no va a terminar pronto. Pasaron apenas 5 horas, y se sintieron como 20. Un cóctel de sensaciones ya se llevó todo el apetito que pudiera tener, y me inunda cierto sentimiento de náuseas.
Es mi primer velatorio en 16 años. Francamente, era algo que podía esperar más. De más está decir que no es una experiencia agradable. Cabría agregar, quizás, que me resulta tortuoso. A tal punto de que se me hace imposible comprender cómo alguien termina dedicando su vida a tener una casa de velatorios: recibir cadáveres constantemente para maquillarlos, vestirlos y exponerlos para su “última despedida”. Tampoco puedo comprender cómo en un momento así me inundan este tipo de pensamientos, que en gran medida rozan el absurdo.
Es notable cómo se esfuerzan todos en contenerme, sin entender que están haciendo todo mal. No, no hay ninguna palabra que puedas decir que ayude. No me consuela la idea del cielo, yo quiero a mi papá. No pienso que sufre, no lo tenés que aclarar. Yo sé que fue un gran hombre, sino no hubiera llorado, ni estaría acá. Sí, ya sé que estás conmigo… la pregunta es para qué. Ninguna frase es válida, y las muestras de cariño forzosas son tan asquerosamente vacías... debe ser eso lo que me provocó las náuseas.
No puedo llorar más. Hace algunas horas se me terminó de secar el alma, y todavía no me hago a la idea de que no voy a volver a tener un consejo de mi viejo. Y sigue llegando gente. Y siguen entrando a la habitación en donde está el ataúd, como si él estuviera ahí. Mi padre no está ahí, y lo que dejó ahí no transmite más que soledad. Nada de su esencia quedó en esa cáscara.
Pero parece que, salvo yo, nadie se da cuenta. “¡No está ahí!” tengo ganas de gritar, pero me contengo. No puedo creer que haya gente que piense que un hombre con todo lo que vivió e hizo lo único que deja es un cuerpo estéril e inútil. O peor, que deja bienes materiales. Algunos chacales que se han hecho llamar mi familia en algún momento ya contactaron a sus abogados para ver si de la tragedia pueden sacar alguna tajada y otros para ver si los hijos del muerto no buscaremos la nuestra arrebatando la casa de los abuelos. En lo que a mí respecta, se la pueden meter en el orto. Otra cosa más que me provoca náuseas, pero al menos guardo la satisfacción interna de que no pienso verles más la cara.
Mi viejo dejó sueños, dejó esperanzas, dejó consejos. Dejó hijos que pudo criar a medias. Dejó por ellos lo que no tenía. Pero sobre todo me dejó tristeza…


Sólo te pido un consejo más que por siempre deba recordar. Sólo te pido un enojo más para saber que camino tomar.

 Esta sea probablemente la entrada más larga del blog. Y me van a disculpar, pero es la única donde no va a interesarme la opinión de nadie. Bueno, sí de alguien, pero no va a poder manifestar su opinión de cualquier forma.

 Hoy se cumplen 10 años de que mi papá haya abandonado este mundo. Falleció un mes y un día antes de mi cumpleaños número 10. Entre los pensamientos un poco absurdos que rondan a las escenas tristes siempre consideré todo un detalle que haya sido un mes y un día y no exactamente un mes. En resumidas cuentas ya llegué al punto en mi vida donde estuve más tiempo en este mundo sin mi viejo que con él. Es difícil tomar conciencia de eso.

 Es difícil andar por ahí sin el consejo de tu viejo. Si, tengo 2 hermanos increíbles, hombres de buena leche que están para mí siempre y que por mí lo harían todo. Y yo por ellos. Muy de mierda sería mi vida si no los hubiera tenido. Y también tengo una mamá increíble, una mujer fuerte, de esas que parecen de piedra. Al menos eso me parece a mí viendo todo lo que se tuvo que bancar en su vida. Y eso me lleva a ser injusto con ella, reclamándole fortaleza todo el tiempo. Quizás sea porque tenga miedo de caerme si ella lo hace.

 Me acuerdo que yo estaba plenamente convencido, en mi inocencia, de que se iba a curar. Había escuchado hablar de cáncer antes, pero no era consciente de qué tan grave era el caso de mi papá. Evidentemente mucho, porque tardó alrededor de un mes en acabar con un hombre que en ese momento parecía hecho de acero, como uno ve a su papá cuando es chico. Cuando me enteré del hecho estaba medio dormido, yo estaba muy tranquilo durmiendo la siesta en la casa de mi abuela y de golpe me despertaron y me llevaron a mi casa en bicicleta. De las mil millones de cosas que uno piensa en ese momento, tuve la torpeza de exteriorizar que quería irme con él, como para mejorar el ambiente. 

 En algún momento mi hermano mayor me dijo "Vos no te vas a tirar abajo de una cama a llorar". Tengo esa frase tatuada a fuego en la memoria, porque iba a ser lo que me moviera durante todos estos años, y probablemente también en el futuro. Tan simple como eso, con 10 años aprendí de qué se trataba eso de "seguir adelante". Me fui valiendo, entre otras cosas, del humor negro (como ya hablé en otra entrada). ¿Por qué? Mi papá era de esas personas que cuenta chistes todo el tiempo, que todo el tiempo hace el comentario ocurrente. Asumí entonces que así le gustaría que lo recuerde, con una sonrisa en la boca y no con lágrimas en los ojos. También por esa época empecé en las olimpíadas de matemática, que me llevarían 6 veces a Mar del Plata. Según mamá (porque yo no me acuerdo) le dije que me distraía pensar en números. 

 Hoy no me acuerdo cómo era su voz, su olor, su risa. El otro día encontré una foto vieja y me dio un escalofrío horrible, porque en la foto me parecía un desconocido. Diez años son mucho tiempo.

 Y no, en momentos así no hay nada para decir. Lo aprendí temprano y de mala forma: las palabras sobran. También sobran las muestras de afecto forzadas y la lástima. Me acuerdo que venía gente a intentar contenerme que yo conocía muy poco, de alguna forma lo sentían un deber. Unos amigos vinieron al velatorio y me puse a jugar con ellos. Algún adulto amagó a retarme, pero por suerte a nadie le dieron los pantalones. 

¿Qué es "superar"? ¿Es "no llorar más"? Cada tanto, entonces, no lo supero. ¿Es sobreponerse, seguir adelante? Entonces sí, porque es lo único que puedo afirmar con certeza que hice. ¿Es olvidar? Espero que no, porque entonces no quiero superarlo más. Ya olvidé demasiado.

martes, 10 de marzo de 2015

Soy mi soberano

 Tengo, como todos, mi ley. La forma en que me muevo, cómo hablo, cómo me expreso, cómo actúo. La parte consciente. La que decide. Si decide bien o mal, solamente el tiempo puede terminar diciéndolo. ¿Cometo errores? A oleadas, como si no hubiera mañana. ¿A propósito? No por el afán de equivocarme, pero a veces sí, consciente de que seguramente fuera un error. Pero no estás seguro de que algo es un error hasta que no ves las consecuencias. Todo el resto son especulaciones.

 Sin embargo hablar de lo que hago no es hablar de causa sino de efecto (aunque claro que todo efecto no es más que una nueva causa y toda causa es efecto de otra anterior). Si varias personas se comportan como yo, o parecido, es demasiado riesgo asumir que lo hacen por la misma motivación. El hecho de que yo haga algo y lo haga así tiene que ver con variables como mis ideales, mi experiencia, mi motivación y mi personalidad. Todo eso tiene su cuota de azar, porque uno no elige sus experiencias ni su carácter, y los ideales tienen una buena parte de idiosincrasia (en criollo "lo mamado", lo heredado). Es decir que, en definitiva, gran parte de las decisiones que tomamos se ven influenciadas por cosas que no podemos manejar o decidir. Claro que podemos intentar cambiar, pero parte de todo esto que no podemos manejar es el considerar que nuestras estructuras son las correctas en menor o en mayor medida. Siempre tenemos que tener un punto de apoyo desde el cuál juzgarlas, esa es la "piedra fundamental" en nuestra arquitectura personal.

 Quede claro que no estoy emitiendo juicio al respecto de si es bueno o malo que funcionemos así. Supongo que más allá de bueno o malo, es necesario y es razonablemente práctico. Mi punto es que todo lo que hacemos de forma consciente tiene un por qué inconsciente y un por qué consciente, no sale de la nada. A simple vista parece algo obvio haciendo introspección, pero no lo es tanto mirando para afuera. Vivimos mirando al resto juzgándolos con nuestra vara, con nuestra lógica, con nuestra experiencia, con nuestra motivación. Y resulta que el otro tiene su vara, su lógica, su experiencia y su motivación. Tiene otra forma de concebir las cosas y otra forma de enfrentarlas. Y eso no lo hace malo, imbécil o cruel. Lo hace otro. Tildamos al resto de tantas cosas sin darnos cuenta de que hay motivos muy válidos para que se comporten así. Seguro que si por cada actitud que vemos negativa en el otro pudiera tener la chance de explicar de dónde le sale actuar así mucha menos gente nos caería mal.

 Y con razón a veces nos sentimos tan incomprendidos, porque nadie está en nuestra cabeza. Nadie sabe lo que pasamos. Nadie sabe lo que sentimos. Nadie sabe cómo nos afectan las cosas. Nadie sabe por qué nos afectan así. A veces ni siquiera nosotros.


Que yo no soy, que es él, que yo actué bien y él no.